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Por Laura Carrera

En los procesos electorales, hay dos ideas que se baten entre sí y generan un enorme estrés en las y los ciudadanos. Una de estas ideas puede ilustrarse en las palabras de Nicolás Maquiavelo, uno de los asesores políticos más importantes del siglo XVI y célebre hasta nuestros días. Él dijo que “la política es el arte de tomar el poder y quedarse con él”. Por otro lado, la segunda idea se ilustra con las palabras de Aristóteles quien, 1,800 años antes de Maquiavelo, dijo que “la política es la búsqueda del bien común”.

Cientos de años después, ambas posturas siguen estando presentes en nuestros escenarios políticos. En la búsqueda del poder y, a veces, del bien común, muchos candidatos adoptan estrategias que pretenden polarizar a los ciudadanos y profundizar la división política. Los procesos electorales mueven emociones, porque los estrategas políticos comprenden que las emociones juegan un papel fundamental en la toma de decisiones.

Los candidatos exageran las amenazas, ya sean reales o percibidas, sobre la seguridad, la economía, la identidad cultural, los valores sociales, y sugieren que estos peligros se intensificarán si sus oponentes ganan; y otros aseguran haber alcanzado bienestar para todos y con ello quieren lograr su permanencia. Los discursos electorales buscan despertar emociones negativas como el miedo y la ira como una forma de movilizar el apoyo de la gente, que además contribuyen a generar un clima de hostilidad.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.