Frívolo es el primer calificativo que lanzan los antagonistas de la moda desde fuera. Insensible es el que le han sumado junto con los opositores de Zelenski a Olena, la primera dama de Ucrania, por dejarse fotografiar en la hermosa y destruida Kiev bajo los bombardeos de la invasión rusa por Annie Leibovitz para la portada de Vogue.
Ninguno de ellos detecta el movimiento excelso de soft power por parte de la pareja presidencial. Pocos en el mundo conocían a la mujer de Volodomir. Hoy no solo los 16 millones de usuarios únicos de la audiencia estadounidense de la revista insignia de la editorial Condé Nast le ha puesto cara y carácter a quien antes de primera dama fuera guionista y editora de televisión, sino también los millones de seguidores de las ediciones de otros países que hayan replicado el reportaje, entre ellos España, Francia, Reino Unido, Alemania y Ucrania, junto con la que Estados Unidos trabajó este proyecto. Sume luego los millones de seguidores de los periódicos, sitios de internet y usuarios en redes sociales que han replicado este contenido. Y ahora multiplique debido a la polémica, que por lo menos triplica el alcance y el engagement.
Las primeras damas han sido y pueden ser siempre activos del poder político. Error cuando desde la política dura no se le quiere prestar atención. Zelenska en la Vogue es todo menos superficial. Todo lo contrario, tiene un peso tremendo.
Si bien resulta lisonjera la crónica de la periodista Rachel Donadio, ésta contiene algunas frases llenas de verdad absoluta como cuando dice que “el papel de la primera dama no es menor ni ornamental”. Después de esta entrevista, Zelenska es casi tan heroína en forma como su marido. Otra verdad cuando Donadio recalca que “no cabe duda de que Zelenska y su equipo han orquestado una comunicación brillante y eficaz”. Quizás es lo mejor que la pareja ha hecho desde el 24 de febrero pasado, día en que comenzó la invasión ordenada por Vladimir Putin.
Aunque no es la primera vez que una primera dama es retratada para una portada de Vogue, y que de hecho es una costumbre de la edición estadounidense, los lectores incómodos argumentan que esto no se vale bajo el contexto de la guerra que ha expulsado a 12 millones de ucranianos de sus casas y matado a más de 10 mil personas. ¿Y qué sí se vale en la guerra, entonces?
La política usa a la moda tanto como la moda usa a la política. Lo que vemos en la portada y las páginas interiores de Vogue no es un fashion shooting mostrando, con marcas de lujo de ropa, joyas y maquillaje, tendencias que viste una veinteañera modelo de 1.85 metros. Si bien Leibovitz, la fotógrafa mejor pagada del mundo, retrata con la acostumbrada luz dramática, con la misma que ha retratado a Tatjana Patitz, Amber Valetta o Imaan Hammam, el contenido es radicalmente distinto. Se trata de una mujer modelo en sus 40, apenas retocada con un poco de polvo para la cara y vestida de diseñadores ucranianos, en pie de lucha por su país y respaldando la decisión de su marido. ¿Una puesta en escena tanto como la primera? ¿Qué es sino la política?
Y si a través de sus imágenes Leibovitz estira la liga y cruza –o parece cruzar– la línea de lo ético en tiempos bélicos, ¿qué es la moda sino estirar la liga? ¿Qué es sino la fabricación de historias para portadas y revistas con el objetivo de que el mundo jamás las olvide a pesar de ya haber olvidado el papel que las enfundaba?
Voto por que los diseñadores sigan utilizando sus plataformas como medio para hacer declaraciones políticas y voto por que las celebridades estén muy dispuestas a usar esas creaciones sobre las alfombras rojas, para que luego los museos deseen reexaminar la identidad de las culturas y de los movimientos de justicia social a través de un viaje por aquellas mismas creaciones. Y voto mil veces por mil portadas de orden bélico, por mil Zelenskas más. Voto un millón de veces más por todo esto que por los tropiezos a presión comercial de Vogue o cualquier otro escaparate de la moda con cualquiera de las Kardashians.
@LauraManzo
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