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Por Laura Pérez Cisneros

1963 fue un año que movió piezas a nivel mundial y marcó nuevas eras. El terror y la incredulidad por el magnicidio del primer presidente católico, John F. Kennedy; el discurso de Martin Luther King, “Yo tengo un sueño”, que sigue resonando hasta nuestros días en un mundo donde la igualdad aún parece una utopía; y los asesinatos a sangre fría de figuras públicas marcaron ese tiempo. En la música, ese año se lanzó el primer álbum de unos jóvenes de Liverpool, Please Please Me, y así arrancó la “Beatlemanía” que conquistó al mundo hasta hoy.

Ese mismo año murió el llamado “Papa Bueno”, Juan XXIII. Llegó entonces el Papa Paulo VI, quien pasó a la historia por ser el último pontífice coronado como rey. Aún utilizó la tiara papal —Triregnum—, compuesta por tres coronas con piedras preciosas que simbolizaban la supremacía del Papa sobre reyes y reinas terrenales. Hay que decirlo: era un acto de incongruencia, cuando el propio Jesús llevó una corona de espinas, fue azotado por los guardias y se burlaban de él. En contraste, imaginen la escena: Paulo VI llevado en un trono portátil por guardias y flanqueado por las Flabella, grandes abanicos ceremoniales. Fue un año después cuando el Papa exclamó: ¡Basta! a ese poder imperial que no representaba lo que debía ser: un simple siervo de Dios. Desde un trono no se podía evangelizar, ni escuchar, ni mirar a los ojos y atender a los más necesitados.

En 1978, el Papa Juan Pablo I realizó un cambio radical que continúa hasta hoy: la eliminación de la “coronación papal”. En su lugar, instauró la “Misa de inicio de pontificado”, es decir, el arranque oficial del papado. Fue el Papa Benedicto XVI quien quitó del escudo de armas papal la tiara de tres coronas y la reemplazó por una mitra episcopal, representando así su función como Obispo de Roma.

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