Por Laura Pérez Cisneros

¿Es parte de nuestra naturaleza sufrir por algo a lo largo de la vida por ser mujeres? Cuando creces, vas viendo cómo te salen dos volcancitos y viene tu primer periodo. Es una chinga, sí lo es. No he escuchado a ninguna mujer que se regodee por eso. A veces ni tú te entiendes porque eres un “cocktail de hormonas con patas”: pasas de la alegría a la tristeza en un clic.
De ahí viene, para algunas, convertirse en madre. Es un hermoso camino: ver cómo tu vientre va creciendo, sentir cómo se mueve tu bebé. Pero después llega esa presión posparto de quedar hasta mejor que antes, más delgada, más guapa. Pero eso no aplica para todas: hueles a leche todo el día —jajaja—, eres capaz de soportar y limpiar pañales y colitas sucias. Y así van pasando los años, y para cada una el periodo a veces es como traer una pipa en el útero por la cantidad de sangre que sale: ni la toalla más chingona es capaz de aguantar. En algunas son dolores insoportables, incomodidad. Eso de levantarte de la silla o la cama y que venga el “bajón” es como sentir una montaña rusa, pero de bajada. Y no exagero.
¿En qué momento pasé de ser ese “cocktail de hormonas” que me hacía más irresistible al momento en que ahora te tomas o te embarras hormonas para recuperar elasticidad y belleza? Ya sabes, tus amigas te recomiendan algún gel que supla la resequedad de ahí abajo cuando vas a tener sexo.
Una sabe lo que tiene y qué dones nos dio Dios. Yo recuerdo: era sexy, muuuuy sexy. Ellos siempre lo reconocían. Pero la menopausia se robó mi don. Ahora puedo pasar en medio de un grupo de hombres y ni UNO voltea a verme. ¿Qué “pex” con la menopausia? Ok, se llevó mi periodo hace años, pero nadie le dijo que se llevara mi esencia. Eso es robo premeditado, ¿o de qué se trata?
Ahora soy toda una madre de un adulto chiquito de 18 años. Me veo al espejo y no me quejo: tengo buena piel, pero esa cara de señora menopáusica no se tapa ni con maquillaje. Y aunque me acepto, no me gusta del todo. Tengo esa libertad de expresarlo, ¿no?
¡Ah! Y los kilos, esos jijos de la fregada que se pegan a mis huesos. Mi vientre luce como un globo desinflado que ni con todos los métodos y dietas se ha ido. Te aplicas toda la semana en la dieta y, al llegar a la revisión: “Lau, bajaste 400 gramos”. Es frustrante, hermanas, porque además de ver al nutriólogo a nuestra edad de la Meno, tienes que visitar un endocrinólogo porque casi es un hecho que la tiroides también sea otra intrusa en tu salud.
No sé si les ha pasado, pero ir de compras —que antes era un deporte nacional—, probarte ropa, pasar la tarjeta en momentos de estrés era la mejor terapia para sentirte mejor. Ahora —en mi caso— es deprimente. Adiós a la talla 7 o hasta 6 que llegué a usar; ahora todo es “L” o hasta “XL”. Tomas una prenda, la descuelgas, te la pruebas, te miras en esos espejos de 360 grados y, oh decepción, se te ve horrible y la regresas.
¿Cómo es que “la Meno” se agregó a mi grupo de amigas y, no solo eso, en las reuniones lleva la voz cantante?
En mi caso el termostato no me lo ha amolado, pero veo cómo mis “hermanas del alma” lo sufren. Una tuvo que poner aire acondicionado en su recámara: dice que hay noches en que hasta las sábanas y la pijama ha tenido que cambiar porque despierta en la madrugada literal empapada. En las reuniones, como si fuéramos damas de la época de Bridgerton, algunas sacan el abanico. Hace unos días hicimos la rifa del intercambio de pijamas de fin de año y, al poner cada una su talla y preferencia, casi todas pidieron “tela fresca, manga corta o short”.
La menopausia es un ente que a fuerza se hace tu amiga, y es incómoda. Lo que les relato no es una queja, es la realidad por la que pasamos. ¿Cuál es la mejor medicina ante este panorama menopáusico? La actitud, reinas, y buena cara. No hay otra. Es lo mejor: pagarle la partida a “la Meno”, aceptar esta etapa de la vida y también ver que, a diferencia de nuestras abuelas o madres, nosotras somos afortunadas: primero, por poder expresarlo; segundo, por tener nuestra red de mujeres menopáusicas; y tercero, porque tenemos a la mano varios remedios para sobrellevarla.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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