Por Laura Pérez Cisneros

La entrega del Premio Nobel de la Paz 2025 fue emotiva, muy emotiva. La ausencia de María Corina Machado le imprimió la emoción como si estuviéramos viendo una película de acción, en espera de que apareciera en escena la “superheroína”. Por seguridad se daba la información a cuentagotas, o más bien hasta saber que María Corina estaba en una zona segura. El martes 9 se anunció que se suspendía una conferencia que daría la política venezolana. Fueron horas de incertidumbre; llegó un respiro cuando se confirmó que pudo abandonar su tierra tan lastimada, tan llena de heridas abiertas y de brazos vacíos.

El miércoles 10 de diciembre, antes de la ceremonia, el Instituto Nobel difundió una llamada telefónica en la que María Corina Machado afirmaba que estaba “a punto de subirse a un avión” y que llegaría a Oslo “esta misma noche”. Por el extremo peligro en que se realizó este operativo, con el apoyo de EE.UU., María Corina salió en un bote hacia Curazao acompañada de dos personas. Las pistas iban tomando sentido, porque el martes por la mañana dos cazas de la Marina de EE.UU. sobrevolaron el Golfo de Venezuela durante 40 minutos; su objetivo era cuidar a la política de 58 años. La adrenalina y el miedo la acompañaron, pero, a la vez, sabía que en Oslo la esperaba un premio y, para ella lo más importante, saber que podría finalmente abrazar a sus hijos y a su familia. Esa fue la “gasolina” que movió a María Corina al pasar cada retén desde que salió el lunes de Caracas disfrazada y abandonó la clandestinidad en la que estuvo desde agosto de 2024.

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