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Por Leticia Bonifaz 

Tuve otro nombre y tuve otra vida, me dice una amiga que, después de más de medio siglo, se atreve a contar su historia: “una señora, a la que no le puedo llamar mamá, me regaló como si fuera un animalito. Tengo solo flashazos de mi vida anterior porque era muy pequeña. Me regaló dos veces, pero del primer hogar ajeno me rescató mi papá. A él lo recuerdo menos, con piel blanca y enorme. ¡Quién no ve a su papá enorme cuando tienes cuatro añitos! La segunda vez, me recibió en su casa y en su corazón una señora a la que sí llamo mamá. Me cambió el nombre y cambió mi historia con sus cuidados. Mi agradecimiento será siempre, será eterno.”

Yo sabía que me llamaba de otro modo cuando empezaron a decirme el nombre que hasta ahora tengo, al inicio me costaba reconocerme. El anterior, sólo existe inmutable en el Registro Civil. Hace pocos días busqué el acta de la que fui. Cuando apareció en pantalla, la escudriñe.  Solo apareció el primer apellido de padre y madre y líneas en el espacio que corresponde al nombre de los abuelos. Yo quería la historia completa. Fui a Arcos de Belén por la copia directa del libro. Al final de la larga fila sabía que, una historia, hasta ahora oculta, saldría a la luz ¿Era búsqueda del origen o búsqueda del por qué? 

En la ventanilla logró pronunciar con dificultad un nombre oxidado. La laringe atrofiada de la niña que fue no ayudaba mucho, pero, al final, el antiguo nombre se dibujó como un inmenso rayo que emergió de una silenciosa caverna. La entrega del acta no fue inmediata. Los días de espera fueron largos, como la sombra de la mañana.

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