Por Leticia González
A las seis de la mañana, en la calle República de Cuba número 11, pleno corazón del Centro Histórico, los vecinos del edificio Art Déco conocido como “El Sol y la Luna” -bautizado así por los relieves de astros que adornan su fachada de piedra- aún dormían. La lluvia los había desvelado en la madrugada.
Despertaron de golpe. Hombres con ropa oscura aporreaban las cortinas metálicas de los locales de la planta baja: el taller de máquinas de escribir, el de sellos, el de impresoras. Al mismo tiempo, el estruendo de botas subiendo por las escaleras: gritos, portazos, violencia.
Apenas alcanzaron a echarse encima alguna chamarra, algo de ropa de calle, llamar a un hijo o a un hermano, apurar en un bolso lo más irrenunciable: un par de joyas heredadas, actas de nacimiento, fotografías, lentes, medicinas, el cargador de celular. Sus muebles, su ropa y sus memorias fueron arrojados en desorden a la banqueta.
Poco después, las redes sociales los mostraban a mitad del Eje Central, protestando como podían: sus cabezas blancas despeinadas, bastones al aire, algunos en silla de ruedas, prendiendo fuego a un montón de enseres, coreando con la voz quebrada: “¡Vivienda sí, despojo no!”, como si aún alguien pudiera acudir en su auxilio. Los conductores afectados, malhumorados, solo veían su camino bloqueado, no alcanzaban a percibir el drama.
Hoy pasé por ahí y en uno de esos cruces inesperados de caminos y vidas terminé hablando con ellos entre montones de zapatos sin su par, cazuelas de barro rotas, un refrigerador que perdió la puerta en las escaleras, colchones con media sábana aferrada a la noche interrumpida, sillones empapados, álbumes de boda deshojados y peluches aventados a media calle. Su cotidianidad, tan común como íntima, expuesta en la calle.
Me contaron que los dueños habían muerto intestados. Que ellos llevaban sesenta o setenta años viviendo ahí. Que por décadas pagaron renta a una afianzadora que un día les dijo que ya no podría cobrarles, que pronto les darían una nueva cuenta… pero nunca llegó. Que buscaron asesoría, que fundaron una asociación civil, que les recomendaron seguir pagando predial y servicios y así lo hicieron. Nunca se negaron a pagar.
SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...