La visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington esta semana llegó en un momento clave en la relación bilateral entre México y Estados Unidos. El boicot que hizo el mandatario mexicano de la Cumbre de las Américas a inicios de junio –debido a que el presidente Joe Biden no invitó a países como Nicaragua, Venezuela y Cuba– generó críticas internas en el gobierno de Estados Unidos de por qué se le extendió a AMLO una invitación a la Casa Blanca cuando fue el culpable de debilitar el evento estelar dedicado a abordar los temas fundamentales del hemisferio occidental.
Pero para el presidente Biden era muy claro que tenía que sostener un diálogo con su vecino para avanzar sobre cuestiones de la agenda bilateral que afectarán los resultados de las próximas elecciones intermedias en Estados Unidos. Las encuestas demuestran que los republicanos están encaminados a retomar la mayoría en el Congreso y sin duda una de las banderas que utilizarán en contra del partido gobernante es la crisis migratoria en la frontera sur del país y su incapacidad de resolverla. Por eso, la necesidad de encontrarse con el presidente López Obrador: Joe Biden necesitaba asegurar que el gobierno de la Cuarta Transformación continuará cooperando para frenar el flujo migratorio hacia Estados Unidos.
En pocas palabras, se esperaba que el propósito del encuentro fuera la migración. De hecho, la migración ha sido el eje central de la relación bilateral desde que el demócrata tomó el poder de la Oficina Oval en enero de 2020. Uno de los compromisos que hizo el mandatario estadounidense al inicio de su mandato fue que implementaría una política migratoria más humana y digna, completamente opuesta a la de su antecesor. El presidente Biden apostó todas sus fichas de la relación con México al tema migratorio porque sabía que si no lograba reducir la cantidad de personas que llegaban a la frontera se convertiría en el talón de Aquiles del Partido Demócrata.
Tal es la importancia de la migración en la política interna de Estados Unidos que la Casa Blanca se ha mantenido callada ante las distintas medidas antidemocráticas que ha impulsado López Obrador, el alza en homicidios y violencia en México, el incremento de pobreza, la falta de libertad de expresión, el acoso a la oposición, el debilitamiento de órganos autónomos, entre otros sucesos. No obstante, los resultados no han sido positivos.
Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, durante el año fiscal 2021 hubo más de 1.7 millones de detenciones en la frontera, y en 2022 se proyecta que supere 2 millones de arrestos de indocumentados. Incluso, el número de connacionales mexicanos que intentan cruzar la frontera de manera ilegal ha incrementado sustancialmente, cuando la tendencia en la última década iba descendiendo. De acuerdo al Pew Research Center, en julio de 2021, 26% de los migrantes detenidos fueron ciudadanos mexicanos, en comparación con 13% en mayo de 2019, y siguen incrementado los porcentajes en 2022. Es decir, le ha costado caro al presidente Biden poner todos sus huevos en una sola canasta.
No obstante, la reunión del martes marcó un giro importante en la relación bilateral: lo que se esperaba que fuera una conversación enfocada en el tema migratorio se convirtió en una serie de compromisos adoptados por parte de México en distintas materias con su vecino del norte.
Los cinco puntos que propuso AMLO durante su largo discurso en la Oficina Oval quedaron, en términos generales, completamente nulos en el comunicado que publicó la Casa Blanca al concluir el encuentro. El presidente Biden mostró una disposición en su discurso de incrementar la cantidad de visas temporales, pero no viene un número exacto en el comunicado. En ninguna parte del texto se hace mención de la oferta que hizo AMLO sobre garantizar abasto de gasolina en la frontera norte a estadounidenses, tampoco de los más de mil kilómetros de gasoductos para transportar gas de Texas a otros estados fronterizos ni de su plan de inversión para fortalecer las cadenas de suministro regionales para reducir la inflación.
Lo que sí incluye el comunicado es una variedad de temas que comprometen a México en distintos rubros, desde una inversión de mil 500 millones de dólares en infraestructura fronteriza en los próximos dos años, gran parte destinada a implementar tecnología inteligente para fortalecer la seguridad, hasta reforzar operativos entre agencias de aplicación de la ley para solucionar temas de seguridad en conjunto. Este último punto es sumamente interesante, pues parece que Estados Unidos por fin le manda una señal muy clara a la 4T de que tiene que cooperar en materia de seguridad y reparar la falta de confianza que existe entre agencias en ambos lados de la frontera. Entre otras cosas, el texto hace énfasis en que ambos países respetarán la democracia, el crecimiento inclusivo, la transparencia y el Estado de derecho, otro mensaje subliminal al presidente López Obrador de que en cualquier momento la Casa Blanca puede empezar hacer más ruido sobre estos temas en México.
Una última consideración interesante fue que Estados Unidos abordó el tema energético en el marco del cambio climático, uno de los pilares de la política exterior del presidente Biden. Menciona que “México y Pemex, en cooperación con los Estados Unidos, desarrollarán un plan de implementación para eliminar la quema y venteo de rutina en las operaciones de petróleo y gas en tierra y mar, e identificarán proyectos prioritarios para inversión”.
La política energética de la 4T ha generado mucha preocupación en Estados Unidos, ya que las reformas energéticas de AMLO han puesto en riesgo más de 10 mil millones de dólares de inversión estadounidense en el sector energético de México y han violado el T-MEC. El presidente Biden elegantemente incluye este punto al comunicado, ligando dos prioridades: proteger los intereses de empresas estadounidenses y exige que México abandone las energías sucias por las renovables.
El encuentro resultó mucho más productivo de lo esperado. Pareciera que poco a poco el mandatario estadounidense le va subiendo el tono a la relación con México, ampliando cada vez más los temas que considera prioritarios en la agenda bilateral, algo que podría generar preocupación en Palacio Nacional.
El presidente Biden es un político tradicional, un diplomático de cepa, con una amplia trayectoria en el escenario global. Es un hombre que le ha apostado a llevar una relación con México de pares iguales, de socios, de buenos vecinos, solo para toparse con un líder mexicano que se tardó en felicitarlo cuando ganó la elección presidencial, que coquetea con las dictaduras en América Latina, insulta a Estados Unidos por enviar apoyo a Ucrania ante la invasión rusa y que pide desmontar la Estatua de la Libertad si Estados Unidos condena a Julian Assange.
AMLO entendió muy bien que existía una ventana de oportunidad para hacer frente a la primera potencia mundial por el posicionamiento geográfico de México y su impacto en el tema migratorio. Parece que esa ventana ya la cerró la Casa Blanca.
@lilaabed
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