Por Liliana Romandía

¿Cuántas veces la persona que más te ha discriminado ha sido otra mujer? No un jefe misógino, no un compañero acosador, no un desconocido opinando sobre tu cuerpo en la calle. Una mujer. Una como tú, con faldas o pantalones, con historia, con cicatrices, con lucha… pero también con prejuicios.
No es fácil decirlo en voz alta, pero muchas lo hemos vivido en silencio: la sororidad no siempre nos llega por ósmosis. A veces, somos nosotras mismas quienes perpetuamos el patriarcado desde otro lugar, disfrazado de competitividad, de vigilancia del cuerpo ajeno, de celos, de clasismo, de homofobia.
Ser mujer en un entorno laboral hostil ya es cuesta arriba. Ser lesbiana, ni se diga. A mí me pasó. Fui secretaria particular de un alto funcionario de un estado y ahí, la secretaria técnica, alguien que sostenía una relación amorosa con él, se encargó de hacerme la vida imposible a mí y a mi equipo de trabajo, así como al gabinete legal . Intrigas, rumores, miradas y mentiras. Telenovela mexicana de las tres de la tarde. Hasta que un día, la cité a comer. Le dije: “No te preocupes, yo no estoy interesada en hombres”. La guerra bajó de tono, pero no cesó. Porque no basta con desactivar la amenaza: el prejuicio queda instalado.
Las lesbianas en espacios de poder femenino vivimos en una cuerda floja. Si no eres “una de las guapas”, te descartan. Si lo eres, eres competencia. Y si dices que no te interesa el juego de los halagos masculinos, te tachan de rara, de soberbia, de no encajar. De masculina y rara.
Hay un concepto poco explorado, pero necesario: homofobia intragénero. Es la discriminación que ejercen mujeres hacia otras mujeres por su orientación sexual. Y sí, duele más, porque viene de quien creímos aliada.
Una encuesta de IPSOS en 2023 reveló que el 30% de las personas en México siguen considerando que las relaciones entre personas del mismo sexo son “inmorales”. Pero si escarbamos en las respuestas por género, hay un dato perturbador: entre las mujeres encuestadas, el rechazo a mujeres lesbianas fue mayor que el rechazo a hombres gay. ¿Por qué? Porque la cultura patriarcal nos enseñó a competir entre nosotras y a mirar con recelo lo que no se ajusta al molde.
No solo se trata de orientación sexual. Se trata del cuerpo, de la ropa, de los gestos, de la voz, de quién es “agradable” para el jefe, de quién tiene “pinta de jefa”, de quién puede “representar” a la empresa, de si nuestra pisada fuerte y firme no se oye ni se ve estéticamente bien en tacón.
En un estudio realizado por Out Now Global sobre diversidad en entornos laborales, las lesbianas son el grupo LGBTIQ+ que más reporta acoso laboral por parte de otras mujeres. Sí, más que los hombres gay.
Y aquí un punto clave: no hay que caer en el simplismo de que “las mujeres somos peores entre nosotras”. No. Lo que pasa es que el sistema nos enseñó a sobrevivir compitiendo entre nosotras, no colaborando. Nos hicieron creer que solo hay un lugar para una mujer en la mesa del poder. Y para sentarnos ahí, a veces empujamos a las demás.
En esa lógica, las lesbianas quedamos en tierra de nadie. No jugamos el juego de la seducción hacia los hombres, pero tampoco somos “una más” si no encajamos en lo que se espera de una mujer en el mundo corporativo o político. Nos vuelven invisibles, incómodas, una amenaza de otra categoría. Y si no tenemos hijos mucho peor .
El punto no es victimizar. El punto es mirar de frente: la inclusión real comienza dentro del mismo género. No podemos exigir respeto si entre nosotras reproducimos exclusiones. No podemos ondear la bandera del feminismo si esa bandera no cobija a todas, incluidas las que aman a otras mujeres.
Tal vez necesitamos dejar de vernos como competencia. Dejar de medirnos por el lente masculino. Dejar de pensar que sólo hay lugar para una. Porque si solo hay un lugar para una, el patriarcado ya ganó.
La revolución será feminista, sí. Pero también será lésbica, bisexual, trans, queer y aliada. O no será.
Porque el verdadero techo de cristal no solo es de género: también es de prejuicio. Y muchas veces, lo sostenemos nosotras mismas.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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