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Por Lillian Briseño

Ahora que pasó el atentado contra Donald Trump en los Estados Unidos, vale la pena recordar algunos magnicidios que se han orquestado en México contra personajes públicos ligados a la política o a los principales movimientos sociales del país.

Al igual que en otras partes del mundo, aquellos hombres que han sufrido algún ataque durante momentos clave o han sido asesinados siendo presidentes, se han convertido, a la larga, en los héroes nacionales de sus respectivos países. 

No se necesita mucho análisis para descubrir lo evidente en el caso de México: Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Carranza, Villa, Zapata, Obregón y Colosio, cuyas vidas y hazañas hemos estudiado hasta la saciedad en los libros, murieron en el “ejercicio de su deber” teniendo como retribución el pasar a los anales de la historia como héroes.

Pareciera que la condición para ser héroe, entonces, es haber muerto dando la batalla, y no algún otro logro alcanzado dentro o fuera de la política.

Ojo, no vale haber sufrido atentados, como aquel que sufrió Porfirio Díaz en 1897 cuando un hombre intentó hacer daño al presidente. Si el ataque hubiera pasado a mayores, podríamos estar seguros de que Díaz formaría parte del panteón cívico nacional.

Repasemos de manera rápida los casos mencionados. 

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.