Crónica de una visita al Kaluz

Después de un impecable trabajo de recuperación y restauración del edificio, el Kaluz abre sus puertas hace apenas un par de años, para deleite de sus visitantes.

Crónica de una visita al Kaluz

Ver un volcán pintado por el Dr. Atl nunca dejará de sorprenderme, pero descubrir que Murillo utilizó el mismo lienzo para pintarlo por los dos lados, y que en el reverso de un original aparece otro igual de maravilloso, resulta sorprendente, máxime cuando éste lo descubren los restauradores que recuperaban la obra. Es como tener dos por uno; una bonus track invaluable. Y así, con este prodigio para abrir boca, uno se introduce en la exposición permanente del Museo Kaluz, que hace apenas unos días abrió sus puertas para exhibir una parte de la colección de Don Antonio del Valle Ruiz.

Esto nos permite ir caminando entre cuadros de Velasco, Clausell, Siqueiros, González Camarena, Beloff, Orozco, Ramírez, Rodríguez Lozano… y el escenario no puede ser mejor, pues el museo recupera el espacio que alguna vez ocupó el Antiguo Hospicio de Santo Tomás de Villanueva, considerado la primera hospedería de la ciudad de México, luego convertida en el famoso Hotel de Cortés, que aprovechando su ubicación privilegiada en Hidalgo y Reforma era visita obligada de propios y extraños. Después de un impecable trabajo de recuperación y restauración del edificio –que implicó el descubrimiento de algunas otras sorpresas arqueológicas–, el Kaluz abre sus puertas hace apenas un par de años, para deleite de sus visitantes.

La curaduría es perfecta, inteligente y sensible a los momentos importantes de la pintura sobre México, que no sólo incluye la visión de mexicanos pues tiene la virtud de integrar la mirada artística de los otros, los que nos visitaron o los que se quedaron, lo que le da mayor relieve a cómo se apreciaba este país en los siglos XIX y XX. De hecho, la exposición es perfecta para reconstruir una parte de nuestro pasado, para saber cómo era el valle de México antes de que la capital creciera incontrolablemente.

La iluminación, impecable. Me cuesta trabajo pensar en algún museo en México que logre resaltar de una manera tan precisa los colores, las texturas, el movimiento y la composición como lo hace el Kaluz, dando un valor agregado a la ya de por sí rica colección. No sé si es el edificio, la luz, la ubicación, la lógica de la exhibición o todo, en conjunto, lo que genera una atmósfera ideal para la contemplación y disfrute de las obras expuestas.

La guía, bueno… La querida Veka Duncan, quien ha organizado una visita privada para las colegas de Opinión51, se luce en el recorrido que nos ofrece. Información de los autores, historia, datos duros, contexto, origen, técnica, influencias, todo lo que uno necesita saber de cada cuadro, pero sin saturar el tema ni engolosinarse en cada uno. La visita fluye durante un tiempo indeterminado que se siente como un instante de gozo y aprendizaje.

Y para cerrar, un brindis en la terraza del edificio que resulta toda una experiencia sensorial con una vista deliciosa hacia la Alameda. Nos tocó una noche espectacular, en un largo atardecer de cielo semidespejado divino, y nos agasajaron con vinos, quesos y carnes frías que nos permitieron cerrar con broche de oro esta increíble visita.

Y si después de todos estos primores, no quieren salir corriendo a conocer el Museo Kaluz, no sé verdaderamente cómo convencerlos de ir a uno de los lugares más bonitos de la capital, con una de las mejores colecciones de arte del país. Sin duda, uno de los recintos imperdibles de esta gran Ciudad de México.

¡Gracias, Veka!

@LillianBriseno

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