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Por Lillian Briseño

Viajé el fin de semana a Acapulco con el ánimo de ser testigo de cómo se encuentra la ciudad tras casi seis meses del paso del huracán Otis que, como sabemos, arrasó con buena parte del puerto

Más allá de todas las opiniones que la gentrificación, el crecimiento, el turismo, la construcción de desarrollos o la inseguridad generan en la opinión pública, Acapulco es un regalo de la naturaleza.

Aún hoy, muy golpeado y medio destartalado, sigue siendo un paraíso.

Otis dejó un escenario terrible. Cientos de kilómetros de árboles caídos. Áreas donde todo era verdor convertidas ahora en territorio yermo porque, para acabarla de amolar, no ha llovido y no hay agua que ayude a recuperar la exuberancia del medio ambiente. Y aunque la hubiera, pasarán años para que los árboles, plantas y flores vuelvan a poblar el paisaje.

Lo peor ya pasó sin duda, pero los estragos del huracán se siguen viendo y sintiendo en cada charla con los acapulqueños, y en muchas viviendas, comercios, hoteles, condominios, locales o calles que uno alcanza a ver. 

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.