Por Lillian Briseño
A unos días de conocer quién ocupará la silla presidencial por los próximos seis años, vale la pena reflexionar sobre la posición que guardará AMLO con respecto a su sucesora.
En lo personal, celebro que una mujer sea quien ocupe el Ejecutivo por primera vez en la historia de México, ya sea Claudia o Xóchitl la ganadora. Reconozco, no obstante, que Sheinbaum es claramente la candidata a vencer en las próximas elecciones y, según algunas encuestas, la que más probablemente puede llegar a la silla presidencial.
Sin embargo, si bien hay quienes reconocen que Claudia pudiera tener mejores cartas credenciales para ser presidenta de México (cuenta con mayor experiencia en el sector público y mejor preparación académica), existe un temor, fundado quizá, de que no sea ella la que dirija los destinos del país, sino que se convierta en una marioneta de López Obrador, quien sería el que realmente movería los hilos y dirigiría, en la sombra, a México. Éste, me parece, es uno de los obstáculos que enfrenta Sheinbaum para lograr que algunos sectores se inclinen por ella a la hora de votar.
Y es cierto que, en el pasado, hemos tenido presidentes que han mostrado mucho carácter y que, incluso, han pensado seguramente en la reelección, cosa que, como sabemos, está prohibida en nuestro país por el artículo 83 constitucional.
Pero la tentación de seguir gobernando y mandar es muy fuerte. Obregón quiso ser reelecto y le costó la vida, Calles intentó prolongar su control sobre el país tras bambalinas y fue exiliado, Alemán buscó la reelección pero se sometió al orden revolucionario y a Salinas le explotó el país en su último año de gobierno llevándose entre las patas sus aspiraciones.
No obstante, es real que la figura presidencial durante los seis años de gobierno es tan importante en nuestra historia, que incluso existe aquel dicho de “¿qué hora es? La que usted diga señor presidente”, dando idea de cómo cualquier ocurrencia del mandatario se toma como artículo de fe.
Lo que quiero subrayar con estos ejemplos es que, una vez que hay elecciones en México y el nuevo presidente entra en funciones, es prácticamente imposible que el anterior pueda conservar el poder. Es difícil obedecer a dos amos, sobre todo cuando uno de ellos es el ejecutivo en funciones.
De hecho, lo que sí ha sucedido en el pasado son los enfrentamientos entre el expresidente y el presidente en turno, aun y cuando pudieron haber sido muy “amiguitos”. Así pasó con Carranza y Obregón, con Obregón y Calles y con Calles y Cárdenas. De igual manera con Díaz Ordaz y Echeverría o con López Portillo y De la Madrid, y ni hablar de la relación entre Salinas y Zedillo. En todos los casos, hubo enfrentamientos abiertos o una hostilidad total.
Así pues, en el caso de que Claudia Sheinbaum gane las próximas elecciones, estoy convencida de que, en México, el presidente es el presidente y la máxima autoridad, por lo que no veo cómo López Obrador podría mantenerse en el poder más allá de intentarlo unos cuantos meses, y eso si acaso. Esto no excluye, por supuesto, el hecho de que ella decidiera incluir a AMLO como parte de su bloque gobernante, en cuyo caso, otro gallo nos cantara.
Aun así, sigo convencida de que un escenario donde Claudia se doblegara sería difícil. Por el bien de México, y por muchas razones, esperemos que no lo haga y, de ganar, desarrolle su propio estilo de gobernar, como lo han hecho todos sus antecesores.
Quizá peque de inocente, pero a las pruebas me remito y esto es lo que la historia reciente de México sugiere.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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