Por Linda Atach Zaga
Lo que motiva al terrorismo no es tal o cual error de Europa o de América, es el odio puro y simple. Este odio es anterior a toda excusa que se dé, comienza para odiar, y busca, a continuación, las razones. No se dirige a Occidente por lo que hace sino por lo que es.
–Pascal Bruckner.
Cuándo es destructiva, la denuncia se pierde en su agresión y puede tener resultados inesperados y contrarios al objetivo inicial. Y más aún, cuando la afrenta va en contra de la cultura, de un museo, de su acervo, del patrimonio.
Para hablar de esto no hay mejor ejemplo que el de La Gioconda de Leonardo Da Vinci. Robada en 1911 por Vincenzo Perugia, que creía que la obra debía volver a toda costa a Italia, atacada con ácido y golpeada con una piedra en 1955, rociada con pintura roja por una mujer japonesa que se quejaba de la falta de accesibilidad en los museos en 1974 y víctima de un pastelazo en 2022, cuando la masa se estrellaba sobre el cristal que la protege con la consigna ecologista de “ pensar más en la tierra”, la mujer de Leonardo es una de las obras más famosas en la historia del arte.
No sé si se vale decir que parte de su fama se deba a las violaciones de las que ha sido objeto, aunque me atrevo a afirmarlo. Lo impactante es que esta obra no es la única en la larga lista de víctimas de la frustración convertida en violencia.
En los últimos años la denuncia ha sido responsable de daños severos en obras de Van Gogh, Monet, Picasso y Velázquez, tan graves y reprobables como los daños que sufrió el MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo), durante la segunda marcha en contra de la gentrificación en la CDMX, la capital de un país en cuyo suelo son víctimas de Feminicidio más de 20 mujeres cada día y entre sus datos más comprometedores está el de más de 150,000 personas desaparecidas.
SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...