Los hombres no pueden opinar, ¿o sí?

Yo no creo que el aborto sea un asunto exclusivamente de mujeres. Creo que todo el mundo tiene derecho a una opinión, como yo la tengo de casi todo, incluida la disfunción eréctil.

Los hombres no pueden opinar, ¿o sí?
Jaina Pereyra

En mi preparatoria regularmente hacíamos ejercicios de debate. Nos asignaban un tema, una postura y nos dejaban argumentar hasta que un lado convenciera a la mayor parte del salón. Un día debatimos sobre aborto. Me tocó encabezar al equipo que se oponía y  Benito, el muchacho con mejor promedio de la generación, lideraba la postura a favor. Era un ejercicio que buscaba entrenar la argumentación, pero -apenas ahora lo reconozco- también la capacidad de validar y escuchar posturas distintas, abriendo la posibilidad de ser persuadidos por cualquiera. Ese día, yo no sólo tenía la encomienda, sino también la profunda convicción de que el aborto era un asesinato y no debía permitirse. Debatimos en los únicos términos en los que por muchos años se debatió el aborto: hay o no hay vida en el vientre. Ganó el equipo de Benito. En el descanso le pregunté por qué estaba tan convencido de su postura. Me dijo que no lo estaba, pero que tratando de entender cómo argumentarían quienes sí, se había convencido.

Hoy, más de 20 años después, no sólo me declaro a favor de la despenalización del aborto, sino directamente a favor del aborto. Muchas personas todavía son tímidas en esta postura. Piensan que no hay una traducción literal del inglés prochoice y que estar a favor del aborto consiste en promover el aborto para todos los embarazos. Yo creo que estar a favor del aborto es pensar que el aborto es una opción tan legítima como llevar a término el embarazo. Es asumir que a mí no me toca decidir cuál es el mejor destino de un embarazo que no voy a vivir y del cual no me voy a hacer cargo. Es validar una decisión de vida que hoy todavía enfrenta un fuerte estigma en muchos círculos.

Creo que el cambio trascendental en la discusión que dio la Suprema Corte de Justicia de la Nación la semana pasada en México se debe a que dejamos de hablar de vida y sólo de la vida del producto de la gestación. Definitivamente hay un cambio de narrativa que le debemos a los años de insistencia de los movimientos feministas y a las discusiones dadas recientemente en Argentina y en Chile. Cambiar la narrativa es cambiar los marcos de referencia.

Es cuestionar la incongruencia de validar el aborto en caso de violación, pero condenarlo cuando es producto del sexo consensuado, es debatir si las clínicas de reproducción cometen asesinato cuando desechan óvulos fecundados en procedimientos de fertilización asistida; es cuestionar si una mujer o persona gestante debe sufrir un embarazo, en caso de que lo viva como sufrimiento, etcétera. Es decir, el cambio de postura en la Corte tiene que ver con incorporar discusiones, ángulos, temáticas que antes no contemplábamos. Es plantear otras perspectivas porque sólo en la riqueza argumentativa pueden destrabarse los asuntos públicos.

A raíz de la decisión de la Corte vi todo tipo de reacciones, pero me llamó mucho la atención una dinámica recurrente: hombres que se oponían a la decisión de la Corte y mujeres que les contestaban que no era un asunto suyo, que sin vagina no merecían opinión, o que a ellos qué les importaba.

Yo no creo que el aborto sea un asunto exclusivamente de mujeres. Creo que todo el mundo tiene derecho a una opinión, como yo la tengo de casi todo, incluida la disfunción eréctil. También creo que la postura personal de nadie puede dictar la política pública. Tener órganos de reproducción femeninos no nos da el monopolio de la opinión. Es más, agradezco que todos los ministros hombres presentes se hayan pronunciado a favor. Argumentar, tratar de entender a quien piensa diferente y ser creativos en cómo planteamos las discusiones es la única forma de avanzar en ellas. Benito tenía razón.

Nuestro argumento debe ser tan poderoso que pueda persuadir incluso a quienes piensan diferente.

Seguramente no lograremos unanimidad, pero no la necesitamos. Y hay gente que no quiere escuchar. Pero precisamente porque esa gente asfixia el debate público, de querer cancelar las voces que nos parecen reprochables impondremos lo que nos tocó a las mujeres por muchos años: el silencio en asuntos que alguien más decide que no nos competen y ¿la verdad?, no quiero ser de quienes promueven la democracia de voces “calificadas” para opinar.

@jainapereyra

Columna publicada el 15 de septiembre de 2021


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