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Por Lourdes Encinas

Regresamos de la muerte una mañana en que los cerros de San Pedro de la Cueva (Sonora) amanecieron escarchados por la caída de aguanieve la noche anterior. Volvimos a nacer ese día.

Así recuerda mi padre el día en el que él y su hermano mayor recobraron la conciencia tras dos semanas en coma por un severo cuadro de sarampión. Corría el año de 1948. No existían aún las vacunas y el acceso a la atención médica en un pueblo serrano era precario. Sobrevivieron por selección natural.

A mediados de los ochenta, el sarampión me alcanzó a mí, también con gran agresividad. Recuerdo despertar sin poder ver, debido a una costra que me cubría los ojos, además de un intenso malestar generalizado. Evité la hospitalización gracias a que un médico, amigo de la familia, me visitaba a diario para monitorear mi evolución. 

No caí en el mismo limbo que mi padre y mi tío porque, para entonces, ya estaba inmunizada. La vacuna fue la diferencia crucial entre esas dos épocas.

La ciencia cerró las tumbas

La invención de las vacunas constituye, sin duda, uno de los hitos más importantes en la historia de la humanidad, que transformó nuestra relación con las enfermedades infecciosas, salvando millones de vidas alrededor del mundo.

Según un estudio publicado en 2024 en la revista médica The Lancet, dirigido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), los esfuerzos de vacunación han salvado aproximadamente 154 millones de vidas en los últimos 50 años. De estas, unos 94 millones corresponden a la vacuna contra el sarampión, es decir, el 60% de todas las vidas salvadas por inmunización.

Además, la vacunación es una de las intervenciones de salud más costo-efectivas: al prevenir enfermedades, reduce la necesidad de tratamientos prolongados y costosos. Se estima que, por cada vida salvada, se ganan 66 años de salud plena.

La desinformación las vuelve a abrir

Sin embargo, pese a toda la evidencia acumulada, el progreso histórico alcanzado enfrenta hoy dos grandes enemigos que amenazan con revertir décadas de avances: la desinformación y la desatención gubernamental. Estos factores están propiciando el regreso de enfermedades que estaban controladas.

Por un lado, está el crecimiento de los movimientos antivacunas, alimentados por mitos persistentes y desinformación en redes sociales. Figuras públicas irresponsables siguen propagando falsedades, como la supuesta relación de las vacunas con el autismo, teoría que ha sido refutada reiteradamente por la comunidad científica internacional.

Por otro lado, se suman factores estructurales como los conflictos armados y la reducción de fondos destinados a investigación y programas de inmunización en numerosos países, comprometiendo la continuidad de políticas públicas esenciales.

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