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Por Lourdes Encinas

Con más de dos mil millones de creyentes, el cristianismo sigue siendo la religión más extendida del planeta. Dentro de sus múltiples ramas, el catolicismo concentra la mayor parte. Por ello, la elección de un nuevo Papa trasciende lo religioso, es también una declaración política en un mundo marcado por guerras, crisis humanitarias, el auge de la secularización y un retorno del autoritarismo.

Lo que decidan los cardenales en el cónclave de 2025 definirá el rumbo de la Iglesia Católica en las próximas décadas y su postura frente a los desafíos geopolíticos contemporáneos. Como en el siglo XX, cuando la Iglesia osciló entre la colaboración, la crítica y el silencio ante regímenes totalitarios, lo que hoy se decida en Roma marcará su papel ante las amenazas del presente.

Durante las primeras etapas de los movimientos fascistas en Europa, la Iglesia Católica estableció ciertas alianzas estratégicas para preservar su influencia, proteger a sus fieles y combatir el socialismo. Sin embargo, también expresó críticas hacia las ideologías totalitarias, la persecución racial y la subordinación de la religión al poder político.

  • En Italia, por ejemplo, mantuvo una alianza inicial con Benito Mussolini, formalizada en los Pactos de Letrán de 1929, que reconocían a la Ciudad del Vaticano como Estado soberano. A cambio, la Iglesia otorgó legitimidad al régimen fascista. Posteriormente, la encíclica Non Abbiamo Bisogno, publicada por el papa Pío XI en 1931, condenó la visión totalitaria del fascismo, aunque para muchos esa reacción fue tardía.
  • En Alemania, a diferencia de Italia, la oposición inicial fue más clara. Aunque en 1933 se firmó un Concordato con el régimen nazi, con la intención de proteger a los católicos, este nunca fue respetado. En 1937, Pío XI emitió la encíclica Mit brennender Sorge, acusando al gobierno de Hitler de hostilidad contra la humanidad y de perseguir abiertamente a la Iglesia. 

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