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Por Lydia Cacho

Me pregunto cuántos de estos hombres jugaban a la guerra cuando niños -si acaso algún adulto- les llenaron de rencor y rabia, quién sembró en ellos la semilla de la crueldad, de la ambición desmedida y ese deseo de gobernar las vidas más inocentes para causar destrucción y generar grandes riquezas. Sabemos que Joaquín “el Chapo” Guzmán, Carrillo Fuentes, Nemesio Oseguera y los demás líderes de los grupos de delincuencia organizada decidieron, como estrategas de guerra que son, utilizar el modelo de la Trata de Personas para reclutar a niños de 10 a 18 años a fin de convertirles en esclavos desechables. Ese es un fenómeno que he estudiado durante mucho tiempo.

Hace años, mientras preparaba una serie documental con entrevistas a niñas y niños, viajé a Sinaloa para filmar uno de los capítulos. Tuvimos que pedir permiso al gobierno paralelo del estado (a los narcos) para que no atacaran o secuestraran a mi equipo de rodaje o a mis entrevistados. Varios de los niños de entre 11 y 15 años con los que hablé expresaron que su miedo más profundo, en todos los casos, era ser levantados por los miembros del cártel de Sinaloa. Cuando les pregunté a niñas y niños el origen de ese miedo, una de ellas, de 12 años, respondió: “los malos no piden permiso, nomás van a las casas y les dicen a los niños y a las niñas que tienen que irse a trabajar con ellos”; los otros niños intervienen, uno de ellos explica que cuando era niño a los once años su tío le enseñó a manejar armas para estar preparado, pero ahora ya les tiene miedo a las pistolas. Otro dijo que está mal que digan “reclutar” porque en realidad los secuestran con amenazas de dañar a sus familias. Documenté cómo una organización de hombres dedicados a las artes marciales decidió crear un proyecto para que esos niños y niñas vulnerables pasaran la tarde en la academia estudiando y haciendo deportes; una buena manera de protegerles.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.