Por Marcelina Bautista

Dicen que una casa guarda secretos, y quizá por eso nosotras, las trabajadoras del hogar, aprendimos desde muy jóvenes a guardar los nuestros. Aprendimos a no alzar mucho la voz, a caminar suave, a estar pendientes de lo que se necesita mucho antes de que lo pidan. Aprendimos, también, que la frontera entre el cariño y el abuso es una línea que casi siempre camina sobre nuestra espalda.

Yo comencé a trabajar en casa de familia cuando tenía catorce años. Al principio, era una casa ajena; después, con los años, sentí que era también un poco mía, no porque me perteneciera, sino porque ahí pasaba la mayoría de mis días, mis Navidades, mis cumpleaños, mis dolores y mis silencios. Con el tiempo aprendí que en México miles de mujeres como yo viven lo mismo: dedicamos nuestra vida a sostener hogares que no son los nuestros, mientras nuestros propios hogares esperan, a veces con ausencias que también duelen.

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.