Por María Alatriste
A Sofía le invadían los recuerdos porque había perdido años atrás al amor de su vida, al padre de Daniela, por un cáncer fulminante. Entre esos últimos días finales de agonía, Sofía le prometió a Daniel que cuidaría de su hija y que cuando cumpliera ocho años, le enseñaría un video que él había grabado. Ese momento se acercaba, y más que alegría, le provocaba una nostalgia profunda. Ya era de noche, estaba viendo las noticias repetidas, le daba tristeza pero ya normalizaba cómo en México desaparecían tantas mujeres o perdían la vida simplemente por nacer mujeres. También su duelo por Daniel no le permitía analizar en demasía. Ya estaba por dormir y tenía que levantarse a apagar una vela que tenía encendida, pero antes de mover un solo pie se apagó de la nada, dejando un ligero vapor en el espejo, como si alguien la hubiera apagado, como si alguien estuviera ahí. Sofía se quedó intrigada.
Al día siguiente. Entre tanta prisa, emoción y conmoción por las sensaciones que le provocaba el cumple de su hija, desde el centro de su estómago, caminando hacia su auto, sintió vértigo. No se daba cuenta de que su intuición le hablaba. De repente y de la nada, sintió cómo varios hombres que la superaban en fuerza, la subían a una camioneta sombría. El olor era como un presagio fatal. Le cubrieron los ojos. No supo más hasta que llegó a su lúgubre destino.
Cuando llegó a su cautiverio vio de reojo a dos hombres que se burlaban de ella. Buscaban alterarla, deshumanizarla. Había una mujer que era parte del clan, pero que de alguna manera la trató con respeto y hasta lástima. Sofía no sólo vio que no llegaría al cumpleaños de Daniela, sino que tal vez nunca volvería a verla. La angustia la atormentó.
La mujer que la vigilaba al día siguiente se presentó como Esther. Le dijo que, aunque era parte de todo eso, se sentía miserable. Sufría abusos constantes, pero no podía hacer nada: si se rebelaba, la matarían. Esther le advirtió a Sofía que pedirían dinero por su rescate, pero que si no llegaban a un buen acuerdo rápido, la convertirían en parte de una red de trata en la frontera, para “entretener” a hombres que cruzaban desde Estados Unidos. También le dijo que antes de eso, la tratarían como un objeto y la humillarían hasta que deseara la muerte.
Sofía tenía que tomar una decisión para enfrentar su destino.
Esa noche llegaron cuatro hombres a la habitación donde Sofía estaba encerrada. Esther la miró con lástima y salió del lugar fingiendo que no le importaba nada. Los hombres decían obscenidades, pero se vieron interrumpidos por una llamada urgente. Tuvieron que salir. Antes de irse, la amenazaron con regresar pronto.
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