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Por María Alatriste

En los pasillos del hospital he aprendido a reconocer personajes como si fueran arquetipos: la que quiere ayudar y se queda un poco más de su turno; el que cumple el protocolo como armadura; la que teme a la autoridad (y por eso guarda silencio); el optimista que consigue una almohada extra; y a veces, el gesto frío, la omisión que duele. Un hospital, cualquier hospital, es un espejo. Refleja lo mejor y lo peor de nosotros. También del país, del mundo que habitamos.

No contaré detalles clínicos que no le pertenecen al lector (además, se trata de la salud de mi padre, no de la mía). Basta decir que hubo varias cirugías, dolor sostenido y un alta con analgésicos básicos que no alcanzaban. A nosotros, como a tantas personas, nos tocó traducir indicaciones, buscar segundas opiniones, ordenar papeles, agarrarse a lo que hay disponible.

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.