Por María Alatriste
Dolores estaba en el lecho de su muerte. Se sentía satisfecha: había tenido dos hijos y una hija; había sido un “más o menos” en la vida social, un siete. Pagó impuestos, fue madre abnegada —como debe ser— y estuvo casada hasta que la muerte los separó. Una vida honorable.
Aunque en su juventud fue rebelde. Se manifestó contra el gobierno, tuvo un novio guapo con el que, además de tener gran sexo, iba a playas nudistas y era muy feliz. Pero él quería viajar por el mundo, no casarse, ni mucho menos tener hijos.
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