Por María Alatriste
Cuando alguien te enseña a odiarte, la herida no siempre sangra: a veces respira dentro. Hay violencias que no dejan moretones porque prefieren vaciarte lentamente, como quien sopla una vela sin apagarla del todo para que arda apenas, en un hilo frágil de luz. Son violencias suaves, casi amables, que llegan disfrazadas de preocupación, de amor, de “esto es por tu bien”, y con esa máscara empiezan a torcer el espejo con el que te miras. Hasta que un día descubres que ya no sabes si te ves como eres o como alguien más decidió que debías ser.
La violencia de género más peligrosa no siempre ruge: susurra.Susurra que tu voz molesta, que tu opinión exagera, que tus emociones son un exceso, que tu cuerpo sobra o falta, que tú —así, completa— no alcanzas.Y tú, que antes reías sin permiso, empiezas a pedirlo para respirar.
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