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Por María Emilia Molina de la Puente*
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En México, a las mujeres nos matan de muchas formas. Nos matan con golpes, con armas, con fuego. Nos matan en casa, en las calles y en el trabajo. Pero también nos matan con el silencio. Con la omisión. Nos matan con indiferencia institucional. Nos matan con cifras maquilladas, con estadísticas disfrazadas de normalidad, cuando se ignora la violencia, cuando se maquilla la causa de la muerte, cuando el Estado elige no mirar. Nos matan, incluso, con un “infarto”.

Porque no es metáfora: hay mujeres secuestradas, torturadas o violentadas, cuyos cuerpos son entregados con diagnósticos clínicos que niegan el horror. Así ocurrió con Irma Hernández Cruz, maestra jubilada y taxista en Veracruz, quien fue privada de la libertad por negarse a pagar extorsiones. Se le obligó a grabar un video para sembrar miedo. Días después, apareció sin vida. El dictamen oficial: infarto. La realidad: violencia ejercida sin freno ni reacción estatal a la altura.

Irma no fue la primera, ni será la última. En todo el país, la violencia feminicida es acompañada de una segunda forma de muerte: la institucional. Mujeres que habían denunciado, que estaban amenazadas, que desaparecieron con antecedentes de riesgo, y cuyos casos se archivan con etiquetas genéricas que lavan culpas: “muerte natural”, “suicidio”, “sobredosis”.

Esa también es una forma de asesinato: la institucional. La que reescribe la causa de la muerte para que no cuente. La que convierte la violencia en “muerte natural”. La que niega el derecho a la justicia desde la autopsia y el discurso oficial.

Las mujeres somos abandonadas por el sistema incluso después de muertas. El Estado nos deja morir dos veces: primero a manos de la violencia y luego en manos de un estado que prefiere no mirar, no decir, no actuar.

Nos matan también en la búsqueda. Las madres, hijas y hermanas que recorren campos, basureros y fosas, merecen reconocimiento como defensoras de derechos humanos. En cambio, son tratadas con desprecio o criminalizadas. A ellas también se les mata poco a poco: con la indiferencia, con la burocracia, con la negación de justicia. Son las mujeres buscadoras, las que limpian con sus manos lo que el Estado ni siquiera se atreve a nombrar.

En este país, a muchas mujeres no se les investiga por qué las agreden, ni siquiera su muerte. Se les entierra. Se les olvida. Se les archiva.

Decir que a las mujeres nos matan hasta con un infarto es denunciar todas esas muertes: la física, la institucional, la simbólica. Es recordar que en este país se prefiere silenciar un feminicidio antes que reconocerlo, borrar un expediente antes que investigarlo, anular una carrera antes que respetarla, invisibilizar una búsqueda antes que acompañarla.

La justicia no puede seguir dependiendo del escándalo mediático. Las mujeres no podemos ser estadísticas silenciadas ni notas de una sola jornada. Exigimos verdad, exigimos justicia, exigimos una vida libre de violencia. Y sí, también exigimos que dejen de matarnos con infartos.

Este no es sólo un país donde matan mujeres. Es un país donde se permite que mueran muchas veces: cuando las asesinan, cuando las niegan, cuando las olvidan. Y donde se destruye también a quienes luchan, a quienes juzgan con independencia, a quienes buscan a las que ya no están.

Lo decimos con el corazón firme y la memoria viva: no vamos a aceptar más dictámenes simplistas, ni simulaciones que maquillan la impunidad. Exigimos justicia, verdad y memoria. Porque incluso cuando nos quieren matar con un infarto, aquí estamos. Vivas. Resistiendo. Nombrando.

*María Emilia Molina de la Puente es Magistrada de Circuito.

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@EMILIAMDLAP

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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