Por Mariana Conde
Hace unas semanas platicaba con un querido amigo, uno que es buena persona, buen esposo, buen papá, inteligente; alguien enterado de temas actuales. Me comentaba muy amablemente que sigue mi columna y por lo general la disfruta. La única que no me gustó fue aquella en la que mencionas que los hombres dejan en la calle a las esposas que divorcian, me dijo.
Después de aclarar que mi columna no decía eso, llegamos al punto que mi amigo declaró no haber comprendido de mi texto, o sobre el cual le parecía insostenible lo que entendió: que el trabajo doméstico y de cuidados debe ser remunerado.
Lo que él entendió: hay que pagarle a las mujeres por quedarse en su casa a disfrutar de sus hijos e ir a tomar café con las otras mamás.
Lo que quise decir (y que a mi amigo inteligente, educado y que nunca he considerado machista, le siguió pareciendo increíble): que hay que contabilizar todo el trabajo que se hace en casa y en especial el de cuidar infancias, dependientes enfermos o con discapacidad y de la tercera edad, y encontrar una forma de dividirlo de manera equitativa, así como remunerarlo o promover que sea el Estado quien lo provea (así como ya se hace, si bien de manera insuficiente, con guarderías, IMSS, ISSSTE, INFONAVIT, apoyos para los NINIs, etc.)
¿Por qué? Porque hasta hoy esta ha sido una responsabilidad que –en su gran mayoría– mujeres cubren de manera gratuita; que les impide tener un trabajo formal y remunerado; que subsidian con esta labor el rol del Estado como proveedor de un sistema de salud y cuidados a sus poblaciones más vulnerables. Que perpetúa la desigualdad económica entre los géneros y la posibilidad de autonomía de la mujer.
Desde niños aprendemos a trabajar en equipo: tú vas por la cartulina, tú traes los colores, ésta muy lista investiga sobre el sistema nervioso y aquél que sabe dibujar lo plasma; el más aventado lo presenta ante el salón. En los trabajos formales todos trabajamos en grupo también: hay roles y las responsabilidades se dividen, pero contribuimos a los mismos objetivos y se hacen equipos para cumplirlos y para proyectos específicos. ¿Por qué en la casa no es así?
Por qué no podemos decir: limpiar la casa y cocinar lleva equis número de horas, llevar y traer niños y asistir a juntas escolares tantas más, ayudar con la tarea, bañar, consolar, cuidar fiebres, entretener y acostar gente, esto otro. Por supuesto hay cosas que no pueden dividirse como parir y la lactancia, pero en lo demás, podemos al menos reconocer cuánto esfuerzo se necesita invertirle. A esto hay que sumarle las horas de trabajo formal de quien lo tenga y dividir el resto entre los dos.