Por Mariana Conde
Durante veinte años fui vegetariana, pasando por un par de años de veganismo durante la pandemia cuando fue fácil y conveniente hacerlo. Hoy, de ser necesario catalogar mis hábitos alimenticios, me consideraría flexitariana. Es decir, trato de llevar principalmente una dieta basada en plantas, pero en ocasiones como pescados y mariscos, huevo o algún tipo de lácteo. Digamos que ya no me asusto si mi sopa de verduras está hecha a base de caldo de pollo. He encontrado que esta es una forma cómoda y más sostenible para mí de habitar en el mundo de los omnívoros.
El confinamiento a partir de la crisis del COVID nos dejó maneras de trabajar de manera flexible que llegaron para quedarse y que han ampliado el espectro de la gente empleable así como de la forma de reunirnos.
Y, hasta antes de que Trump ganara las últimas elecciones de los Estados Unidos, había cabida también para otro tipo de fluidez, la de género.
Ser flexible siempre fue considerado una cualidad en casi cualquier ámbito. Un material flexible es mejor a uno rígido, corre menos riesgo de quebrarse. Se aprecia una persona, un empleado, un proveedor de servicios transigente que pueda reaccionar ante situaciones e individuos variados. La flexibilidad muscular es fundamental para evitar lesiones o fracturas. Y, por supuesto, con nuestros hijos más nos vale acomodar ciertos estándares y expectativas a cada personalidad e ir ajustando conforme avanzan sus edades.
Claro está que hay excepciones como la ley o la ética en las que no hay lugar para la flexibilidad; aun así, existe espacio para debatirlas y analizar su pertinencia.
Pero, estamos entrando a una nueva época en la que cada aspecto de la vida parece estar haciéndose más rígido, radical, polarizado.
¿Dónde queda el valor de la flexibilidad?
Pasamos de oír que debemos aceptarlo todo a no aceptar nada. El algoritmo nos conduce más y más a ser sordos a opiniones opuestas a las nuestras y a convencernos de que solo nosotros tenemos la razón.
Y yo que llegué a creer que estábamos dejando atrás la tolerancia (palabra tacaña, insuficiente para todo quehacer humano) para aproximarnos a la genuina aceptación los unos de los otros…
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