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Por Mariana Conde*

Ya nadie escribe cartas.

Es una queja habitual entre la gente de cierta edad, un cliché en vías de extinción en estos tiempos de generaciones nacidas dentro de la era digital. Y no se puede extrañar lo que nunca se tuvo.

A riesgo de sonar demodé, creo que esta es una verdadera pérdida, no solo desde el punto de vista literario (cómo no maravillarse ante la correspondencia entre Sartre y Simone de Beauvoir, o las Cartas a Ricardo de Rosario Castellanos y aquellas de Santa Teresa de Jesús a San Juan de la Cruz), sino también como práctica de la pluma personal en la que se afina el cuidado de las palabras y se captura una relación entre dos seres y, a veces, toda una época en papel.

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