Por Mariana Conde*
Hay días que me maravillan las noticias. Desde septiembre sigo el caso de tres monjas austriacas de casi noventa años que se escaparon de la residencia para ancianos en la que su diócesis las había internado, alegan ellas, contra su voluntad.
Las tres intrépidas octogenarias –últimas sobrevivientes de su orden– se revelaron contra su prelado que un par de años atrás ordenó mudarlas porque consideró que la abadía donde habían vivido las últimas cinco décadas ya no estaba en condiciones habitables, y que ellas a su edad requerían de más cuidados. Lo cierto es que las madres aseguran que nunca se les dijo que la mudanza sería permanente y no lograron acostumbrarse a su nuevo entorno.
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