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Por Marilú Acosta 

La semana pasada leí "Viajeras intrépidas y aventureras" de Cristina Morató, un libro de mujeres que han sido viajeras intrépidas y aventureras. La historia, esa que se podría decir patriarcal y machista o simplemente tradicional, tiene en sus anales, datos a medias. Los descubridores, conquistadores y escritores son hombres, europeos, y casi todos ingleses, con sus pocas excepciones. Morató, quien es una periodista, viajera, escritora y fotógrafa española, se ha dedicado a rescatar de ese olvido oficial a mujeres que se atrevieron a salir de su casa para ir al encuentro de la vida.

Muchas de estas aventureras se conocen, paradójicamente, porque los viajeros las mencionan en sus relatos. En estas descripciones, la mirada masculina coincide en una característica que encuentran en todas: son mujeres de moral distraída, de cascos ligeros, libertinas, sin recato corporal, que se entregan al amor y al placer como si fueran unas cualesquiera; en pocas palabras, todas son unas putas. Y por esto es que la discusión del Libro Club versó sobre la putería del viaje. Algunas de estas mujeres viajaban como misioneras de una orden religiosa, otras lo hacían con el marido, obviamente hubo quien enviudó y encontró en países exóticos amores foráneos, también las hay quienes viajan libres de amar a quien quieran. Compartir sus diarios, cartas y textos, se condicionó en alguna época al matrimonio, porque una mujer soltera (e independiente) no podría ser escritora publicada. Así que escritora publicada se escribe con A de casada, porque con tal de compartir sus relatos, bien valía la pena cargar con un marido.

En la Edad Media teníamos tres tipos de A: ser santas, brujas o putas. Platicando con un millenial me explicaba que las mujeres de buen ver se dividen en bonitas y atractivas: las bonitas son inalcanzables, las atractivas “aflojan”. Hester Prynne, protagonista de La letra escarlata (novela de Nathaniel Hawthorne) lleva en su ropa una A, porque en el siglo XIX, mujer se escribe con A de adúltera. No se necesita mucha reflexión para entender que tener un pie fuera de la casa paterna, del marido o del convento, era (es) símbolo inequívoco de que mujer se escribe con A de puta. Hagamos lo que hagamos, en cualquier momento de la historia, mujer se escribe con A de puta.

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