Por Marilú Acosta

Mientras que el tiempo transcurre, el calendario es una construcción artificial llena de parches, errores de cálculo y decretos imperiales. El Calendario de Rómulo (VIII a.E.C.) empezaba en primavera y terminaba con el otoño. Eran sólo 10 meses porque el invierno no tenía tiempo, ni nombre. Julio César (I a.E.C.), le pide a Sosígenes (astrónomo) poner orden porque el calendario ya no cuadraba con las estaciones (el ciclo agrícola). Crean el Calendario Juliano y para lograrlo, el 46 a.E.C. duró 445 días: el Año de la Confusión y el más largo de la historia.

Sosígenes redondeó el año a 365.25 días, en realidad es de 365.24219; esa pequeña fracción de 0.00781, después de 1600 años, desfasó el año por 10 días. El Papa Gregorio XIII, en 1582 ajusta el desfase y del jueves 4 de octubre se pasó al viernes 15 de octubre; y para evitarlo en el futuro crea los años bisiestos. Al ser una orden papal (religiosa), las otras religiones se tardaron tres siglos y medio en aceptar las matemáticas: un año = 365.24219 días. En 1752, Gran Bretaña y sus colonias americanas borraron 11 días. Rusia borró 13 días, después de su revolución, en 1918. Otro error matemático con consecuencias en el calendario fue del monje Dionisio el Exiguo (s. V E.C.), que al desconocer el cero cuando calculó el año de nacimiento de Cristo, pasó de año 1 antes de Cristo al año 1 después de Cristo. A la historia le falta un año.

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