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Por Marilú Acosta

La hiperqueratosis es la forma médica para referirse a los callos o a las callosidades. La piel, en su parte más externa, está formada por capas de queratina. La queratina es una proteína fibrosa rica en azufre y es el componente esencial de uñas, pelo, plumas, cuernos y pezuñas. Los callos y las callosidades se forman por una frecuente fricción de la piel con algún elemento externo: zapatos, herramientas, instrumentos, etc. Algo que no les queda bien o no saben usar. Esta fricción provoca una malformación en la piel. Un callo es doloroso, pequeño y profundo con un centro duro y está rodeado por inflamación. La callosidad no duele, su tamaño y forma es variable, suelen ser más grandes que los callos y están, por ejemplo, en talones, plantas, palmas, codos y rodillas, a veces se inician como ampollas.

Se dice que quienes presentan callos en los pies, les angustia enfrentarse al futuro, se sienten incapaces de ser y hacer lo que realmente desean. Les aterra hacer enojar a quien aman, temiendo perder su amor.

En resumen, la inseguridad provocada por tanta fricción termina por generar un punto vulnerable por el dolor.

Pisar los callos de alguien es una forma coloquial de señalar la incomodidad que una persona A le provoca a una persona B. Pues bien, yo ando pisando callos sin saber a quién y por qué. Corría el año de 2006 cuando entré a trabajar al gobierno federal y de ahí a colaborar con distintas agencias de naciones unidas, así como diferentes países y grupos de trabajo internacionales. Aunque trabajé en proyectos diversos, gran parte de mi tiempo se me fue en temas de pandemias. Entre 2007 y 2008, trabajé más de 6 meses sin sueldo porque sabía que debía terminar toda la documentación de preparación ante una pandemia. En 2009, durante la pandemia por influenza H1N1, eliminaron mi nombre de todos los documentos en los cuales trabajé, me re-contrató otra institución del gobierno federal y días después me dijeron: ¿qué hiciste que tu presencia incomoda tanto a distintos actores? No sé qué hice que no fuera preparar al mundo para enfrentar una pandemia. A finales de 2009, en una reunión de expertos que buscaba establecer lecciones aprendidas en comunicación en crisis, personas del gobierno federal mexicano pidieron toda evidencia de mi participación, no sin antes tratar de impedir que asistiera a esa reunión, a la cual iba yo como profesionista independiente. Tiempo después alguien de Washington D.C. me comenta: siempre te sugiero para asesorías, pero ya me dijeron que estás vetada, que deje de mencionar tu nombre. Sí, estaba (o más bien estoy) vetada en una agencia de Naciones Unidas. Desde que inició la pandemia por COVID-19 he sido observada en mi actuar por distintos sectores de la sociedad, tanto públicos como privados. Desde 2020 mis dispositivos digitales y redes han sido vulnerados de muchas maneras, y van desde entrar a una aplicación de chat instantáneo, lo cual siendo honestos, no es gran hazaña ya que su seguridad deja mucho que desear,  hasta situaciones físicas en distintos estados de la república, pasando por el viejo truco de restablecer la contraseña.

A quienes les estoy pisando sus callos les agradezco su esfuerzo, las ganas que tienen de conocerme, su disposición a obtener -de manera encubierta- información confidencial, su certeza que estoy llena de secretos jugosos, así como todo el dinero invertido en este espionaje, de igual manera reconozco su conocimiento para introducirse a ambientes cibernéticos complejos.

Vivo en un relato de espías. A veces me entusiasma la idea de pertenecer a una actividad  ya escrita en la antigua Mesopotamia. Desde hace más de 4,200 años existían  técnicas de control de la información, porque la imperiosa necesidad de controlar al enemigo o al amigo está basada en el miedo a la incertidumbre y ambas están presentes desde los inicios del universo. Otras veces simplemente me siento violada en lo sutil, observada con morbo y manoseada en mi vida cotidiana.

Estos callos me respiran en la nuca, su aliento lascivo me hace preguntarme ¿qué buscan? ¿Hasta dónde van a llegar? ¿No sería mejor dialogar?

No tengo nada que ocultar. El abuso se empodera en la oscuridad y por medio del silencio. Hagamos público este deseo. No quiero pisar callos y me preocupa que crezcan, que la queratina saque su azufre, les crezcan cuernos y pezuñas y de una novela de espías pase a un cuento de terror.

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@Marilu_Acosta

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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