Un mundial sin madre

Tenemos un mundial sin madre y un gobierno que vale madres.

Un mundial sin madre
Por Marilú Acosta

Cada mundial mi mamá se emocionaba de ver jugar a México al pelear el pase a octavos. El fuera de lugar era un concepto que requería de explicación cada vez que el árbitro lateral levantaba su banderín. A mi mamá nunca terminó de gustarle, mucho menos si el fuera de lugar anulaba un gol. La desventaja de estar adelantados no la encontraba nada injusta si era la selección mexicana quien metía gol. Caso contrario si era el contrincante quien se adelantaba, ahí sí defendía y agradecía el fuera de lugar. Apasionada de los goles, se emocionaba con las repeticiones del gol como si fuera uno más, sobre todo cuando el ángulo de la cámara era distinto. Entonces, al ver que yo no me alegraba por igual, preguntaba ¿sí metieron otro gol? Yo tenía que darle la mala noticia que era el mismo tanto. El color del uniforme, cuando la selección no jugaba con la camiseta verde era otro reto. Una camiseta blanca o roja podía confundirla sobretodo si habíamos visto jugar a España o Alemania y en medio del partido preguntaba ¿qué color es México? Y he de confesar que yo tenía que verificar cuál equipo era México para poderle contestarle, porque me pasa lo mismo.