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Por Marisol Rumayor
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En México, algo anda muy mal cuando la clase empresarial —esa que debería ser la voz fuerte y clara del país— prefiere las cenas de gala y los eventos sociales con funcionarios estadounidenses antes que alzar la voz para defender nuestros intereses. Mientras nos imponen aranceles del 30% y nos tratan con desprecio, aquí seguimos dando a sus representantes un trato de reyes, con sonrisas, brindis y discursos amables.

Esta paradoja es una muestra clara de la falta de liderazgos reales y comprometidos. La falta de quienes, desde el sector privado, tomen el riesgo de exigir respeto y de decir las cosas como son, sin importar si eso incomoda o si se pierde una invitación. En lugar de eso, vemos complacencia, una actitud casi de sumisión que lastima a nuestra economía y a nuestra dignidad.

Ser maltratados en el plano comercial y político, y al mismo tiempo celebrar y hacerle el caldo gordo a las nuevas autoridades estadounidenses, no es solo incoherente; es una señal preocupante de desconexión con la realidad. Es olvidar que detrás de cada exportación, de cada producto, hay miles de mexicanos y mexicanas que dependen de esas oportunidades para vivir.

Recuerdo cuando en 2010, trabajando en SEDESOL, me tocó revisar el programa 3x1 para migrantes, ese que durante años logró —con el esfuerzo de mexicanos en Estados Unidos y el acompañamiento de los gobiernos— invertir en las comunidades de origen. No solo para enviar dinero para alimentos o medicinas, sino para mejorar escuelas, calles, negocios. Así surgió también la iniciativa México Emprende para Migrantes, pero esa es otra historia. Lo que nunca olvido es ese viaje al sur de California, en Orange County, donde vi salir a cientos de mexicanos de las zonas citrícolas, después de una larga jornada en la pisca. Y pensé: ¿Qué hicimos tan mal para no poder ofrecerles, allá en su país, un entorno donde aportar todo ese talento y esa fuerza? Hoy, 15 años después, duele aceptar que no solo no hemos avanzado, sino que incluso estamos peor. La relación entre México y Estados Unidos se siente más desigual, más áspera. A veces parece que estamos de vuelta en los años 80.

Nos hemos acostumbrado a vivir en piloto automático, aceptando el maltrato con una sonrisa, esperando que la relación “funcione sola”. Pero eso no sucede. La historia nos ha demostrado que sin una defensa firme, sin presión constante, los acuerdos se vuelven imposiciones y las relaciones se vuelven desiguales.

No se trata de cerrar puertas ni de adoptar una postura confrontativa por puro orgullo. Se trata de dignidad, de sentido común, de respeto por quienes trabajamos y hacemos crecer este país. Se trata de exigir a nuestros líderes empresariales que salgan del confort, que dejen de buscar protagonismo o posiciones políticas  y que pongan en primer lugar el bienestar de México.

Estamos en un momento crucial. La relación con Estados Unidos cambia, se endurece, y si no actuamos con inteligencia y firmeza, pagaremos las consecuencias. Necesitamos liderazgos con valor, con visión y con compromiso real.

Además de la sumisión económica y política, existe otro maltrato que también refleja la falta de equilibrio en nuestra relación con Estados Unidos: El maltrato sistemático y sin precedentes que en los últimos meses han sufrido los migrantes mexicanos y latinoamericanos, simplemente por el color de su piel o su apariencia. No importa si son residentes o ciudadanos legales, o incluso, nacidos en Estados Unidos; tampoco importa si son trabajadores honestos que contribuyen pagando impuestos y aportando a la sociedad; el prejuicio y la discriminación siguen marcándolos como “otros”, como extranjeros indeseados. Y en México, paradójicamente, pareciera que es mejor no voltear a ver esta realidad incómoda, como si ignorarla la hiciera desaparecer.

Porque mientras sigamos aplaudiendo desde las sombras y las luces,  otros toman decisiones que nos afectan a todos, pero especialmente a los más vulnerables. 

Y México merece más ¿Seguimos con la conversación? escríbeme a marisol@disruptivelabs.mx

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@marisolrumayor

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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