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Por Martha Carrillo

Me queda claro que la muerte es parte de la vida, que cada día vivido nos va acercando a ella, aunque no sepamos cuándo decida llevarnos. A lo largo de mi existencia he vivido distintos duelos, los más significativos y duros son la muerte de mis padres, con tan solo dos años de diferencia, y la de un bebé que perdí a las nueve semanas de gestación. Esas muertes calaron mi corazón y dejaron honda huella en mi existencia. Pero como bien dicen: las pérdidas son parte de la vida  y hace unos días sufrí la de un ser que me marcó de mil maneras y habrá quien diga que no puedo comparar su muerte con las anteriores y no se trata de comparar, cada proceso es distinto,  porque como un buen amigo me dijo: “el duelo es de cada quien” y la partida, hace unos días, de Tamal, mi perro de compañía de 12 años me ha dejado el alma marchita.

Solo aquellos que aman a los animales podrán entenderme, solo aquellos que han experimentado el amor incondicional de un perro sabrán la conexión extraordinaria que ellos desarrollan con los humanos, solo aquellos que han disfrutado de su compañía conocen del bienestar emocional que brindan y de las inmensas alegrías que nos regalan. Si tan solo entregáramos el corazón como lo hacen ellos el mundo sería muy distinto. Su nivel de incondicionalidad habla de la naturaleza del espíritu que los habita. 

Tamal llegó a mi vida desde los tres meses de edad y a lo largo de casi doce años se encargó día a día de ofrecerme su amor. Sabía perfectamente cuando había tenido un buen día o cuando las cosas no me habían salido bien, se enojaba conmigo y me volteaba la cara cuando regresaba de un viaje, porque no le gustaba sentirse abandonado. Siempre se acostaba de mi lado izquierdo y fue testigo de todas las historias que escribí durante este tiempo, le encantaba estar conmigo mientras estaba en mi computadora o grababa mi podcast. Fue testigo de mi vida, de mi familia, de mis amigos, de mis risas, de mis llantos, de mis momentos difíciles y de los de plenitud. Todo como un fiel compañero de este viaje llamado vida.

Pero un día todo cambió, por su actitud llena de energía y alegría parecía estar sano y ser más un perro joven que un anciano, pero al ir a su revisión anual, el veterinario me informó que un tumor había hecho preso a su hígado y que este se había desarrollado en muy poco tiempo de manera muy agresiva, lo que exigía una operación inmediata.   Aunque había un gran riesgo por su edad, todo parecía estar a su favor, pero no fue así. 

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