Por Martha Ortiz
A manera de resumen de nuestro primer relato, Leonardo da Vinci amaba la cocina y sus artes asociadas, labraba las verduras, y encontraba en los castillos de mazapán la maestría para la edificación arquitectónica y la composición artística, sin olvidar la posibilidad de probar la almendra pura.
Ludovico Sforza, Duque de Milán, lo contrató como consejero de festejos y banquetes. A partir de ese momento comenzó a elaborar sus notas para el Codex Romanoff, en el cual se basan estos relatos e historias.
Ludovico instruyó al genial Leonardo para que supervisara las instalaciones de su nuevo palacio en Milán. Aquí volvió a brillar la inteligencia de Leonardo, con invenciones como el fuego eterno en un asador automático con hélices, una enorme picadora de carne de vaca e inclusive una rebanadora de pan como las que encontramos en la actualidad. Por si fuera poco, también ideó un artefacto exótico para picar nueces a escala que impulsaban grandes corceles de trabajo, a la manera de un carrusel. Finalmente, a partir de una torre inventó el molino de pimienta y el sacacorchos.