Por Martha Ortiz
Cuando me gana la tristeza, en esos días y noches de sabores melancólicos, amargos o agrios, pienso que puedo vivir, aunque sea por instantes, en la patria dulce, es decir, recostada, pensativa y feliz, sobre algodones de azúcar de colores, y que cada lágrima mía se encapsula en un cuerpo dulce y frágil que tiene sabor de anís. A partir de ahí, ya en la realidad de lo dulce, pienso y comparto un pequeño manifiesto y repertorio sobre la dulzura mexicana, que es filigrana de miel, azúcar y otras delicias; que dibuja y borda con exquisitez parte de nuestra historia gastronómica y distingue nuestro linaje como intérpretes de los grandes oficios y artes.