El dios de la felicidad

La educación y la moderación son la base de cualquier kit de supervivencia con razonable estado de salud.

El dios de la felicidad
Mónica Hernández
Por Mónica Hernández

La revisión médica no tendría mayor importancia si no fuera porque los años pasan pero los kilos se quedan. Nada especial, puesto que me alimento adecuadamente, incluso, tengo incorporados esos llamados “súper alimentos” en mi régimen. Hago ejercicio moderado, esto es, todo aquello que no me arruine los huesos ni las articulaciones, que a cierta edad pasan a convertirse en un muy valioso activo. Básicamente, caminata, yoga y algún ocasional brote entusiasta de alto impacto como HIIT, spinning o zumba, pero nada relevante ni que merezca la pena contarse.

Entonces, la pregunta que deriva en la causa primera de todos los males de una mujer de cierta edad y que lucha cuerpo a cuerpo (nunca mejor dicho) contra los síntomas de la menopausia (esos malditos chaneques que le hacen a una la vida menos agradable). ¿Qué puede estar causando esos kilos estacionarios? El diario apuntó hacia un culpable: me gusta el vino y bebo varias copas a la semana. Más de una y tal vez más de dos en cada uno de los tres días que dura el fin de semana (perdonen ustedes, pero el viernes para mí ya es motivo de festejo). No las cuento y tal vez debería. El caso es que disfruto de mi copa de vino, de conocer diferentes uvas, de estudiar las mezclas de uvas y de maridar con los alimentos. Alguna que otra cata, salpicada de visitas a viñedos y sesiones de aspirante a sommelier. Fracasaría estrepitosamente como vendedora de vinos, sobretodo porque creo firmemente que cada quien debe beber lo que más le guste. Pero sí es verdad que gozo con las conversaciones que rodean una copa de vino. Disfruto a mis amigos con los que he compartido los “caldos”, las risas, las lágrimas, las confidencias y algo que si bien no es tangible, ahora logro medir alrededor de mi cintura.