Esposas infantiles

La venta de personas y la esclavitud, disfrazada de matrimonio legal, delante de testigos, juez y con ramo de flores, subsiste.

Esposas infantiles
Mónica Hernández Mosiño

Por Mónica Hernández Mosiño

Hace pocas semanas llegó a mis oídos una conversación acerca de una realidad que cruza

nuestro país, en pleno siglo XXI. Tardé en asimilar que esto está ocurriendo hoy, en algunos lugares de nuestro país, en lugares tan cercanos como una población de fin de semana, de vacaciones a todo lujo.

La realidad de nuestra deuda -sí, nuestra, de todos los mexicanos- me atravesó como un latigazo: cada día hay decenas de familias que venden a sus hijas en matrimonio con el fin de que trabajen. No estamos hablando de trata ni comercio, otra costumbre que nos flagela como país, sino de la venta de adolescentes, poco más que niñas en edad de desarrollo, perpetrada por los mismos padres (padre y madre, para ser exactos).

No podemos obviar que los usos y costumbres ancestrales, por más que medien hoy teléfonos

celulares de por medio, internet y televisión satelital o por cable, son el día a día en muchísimas comunidades de este largo y ancho país. Los usos y costumbres no entienden de leyes, porque les son ajenas, extrañas.

La venta de personas está prohibida por la ley, la esclavitud la prohibió Maximiliano I de México y la ratificó el gobierno de Benito Juárez. Y sin embargo, disfrazada de matrimonio legal, delante de testigos, juez y con ramo de flores, subsiste.

La venta de niñas se realiza mediante acuerdos entre familias, como parte de la dote. Ojo: no se trata de comercio sexual ni de trata, solo de un compromiso entre familias de la misma comunidad y el fin no es otro que aumentar la fuerza de trabajo de la propia sociedad.

Las niñas, que eso es lo que son a los once años, se “venden” a otra familia para que ayuden a la suegra, la matrona de un grupo familiar en las tareas de limpieza, recolección y preparación de alimentos. Quedan sujetas desde pequeñas a esa mujer que velará por ellas, las orientará sobre su madurez física y emocional y finalmente, las entregará al hijo, el marido prometido, para que continúe la estirpe, provea más manos para la fuerza de trabajo. Para perpetuar las costumbres de la comunidad, por si mil años no hubieran sido suficientes.

Sobra decir que estas niñas no reciben educación, no se les permite tener un oficio diferente al que se les destina cuando se realiza la venta y su futuro queda ligado a la suerte de la familia que paga por ellas. Importante saber que muchos programas sociales tienen contabilizados los apoyos que sin falta se prometen en cada campaña para gobernador, para presidente municipal, para presidente del país. Alguien que ha visitado dichos lugares es capaz de mostrar los locales a medio terminar sin bancas, sin pizarrones, sin libros. Si, en los registros la ayuda se entrega, pero no queda claro dónde ni a quién. Una dolorosa radiografía de nuestro país. Otra.

El dinero que se entrega por la “venta” lo recibe el tutor (padre generalmente, pero a falta de

éste, el tío, abuelo o hermano mayor de la niña, como si estuviéramos en el medioevo). ¿De cuánto dinero estamos hablando por niña? Pueden ser desde treinta o cuarenta mil pesos hasta doscientos mil. Por niña. A familias que sobreviven con seis mil pesos al año, esas que

programas como Prospera abandonó por causas de fuerza mayor.

¿De dónde viene esta costumbre tan aceptada y generalizada? De nuestras raíces ancestrales.

Ya las realizaban los olmecas, los aztecas, los chichimecas y todos los pueblos antiguos. Han

pasado cientos de años, tal vez miles y los usos siguen vigentes. ¿La solución? La de siempre: la

educación. ¿Pero cómo se educa en la legalidad, en los derechos sin caer en la vergüenza, en la repartición de culpas, en el miedo y en las también habituales prácticas de venganza y revancha?

Hay muchos autores, como Susan Pick (Instituto Mexicano para la Investigación de la Familia y la Población), Verónica Gerber (Conjunto Vacío), Amartya Sen (y su Índice del Desarrollo Humano) que proponen soluciones saltando la brecha de la acusación, proponiendo soluciones

prácticas y no teóricas para dar pasos hacia adelante en este y otros temas en los que como

humanidad seguimos fallando. Al final, llegamos -todos- a tener que tomar una decisión personal: ¿Queremos mirar hacia otro lado? ¿Queremos ser parte del cambio? La clave está en la voluntad, pero esa no la venden en ninguna tienda de suplementos. Yo dejo la puerta abierta a la consciencia de cada uno, pues cada grano de ayuda cuenta. La primera es aceptar que esto, el matrimonio infantil existe y no es otro mito ni leyenda.

@monhermos

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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