Por Mónica Hernández
Según la OMS, el 20% de los jóvenes y adolescentes sufre un trastorno o un deterioro en su salud mental. Podemos suponer un porcentaje similar en niños-grandes o jóvenes-chicos, esa edad adolescente que ni son ni dejan de ser y se convierten día a día en lo que serán. Sin un número preciso, el padecimiento se achaca, cómo no, al uso de tecnologías y sus naves-nodrizas, las pantallas. Hablando claro: tecnología no son sólo celulares, computadoras y tabletas. Son todos los videojuegos como el Fortnite y el JustDance. También Snapchat, WhatsApp, TikTok y el Instagram. También las impresoras en 3D, que ahora hacen los dientes de porcelana que nos pone el dentista. Y también la Inteligencia Artificial (IA o AI, por sus siglas en inglés), de la que creemos saber todo con el ChatGPT. Y la cual no sabemos absolutamente nada, porque mientras yo escribo esto y sale publicado, ya avanzó lo que tardaré tal vez más de un año en enterarme. La IA también se metió ya en la genética. Si se te arruina el hígado, ya existe la tecnología para “crecerte” otro igual, tuyo, en una especie de invernadero. No más rechazo de órganos donados. Lo mismo con tu retina y tus huellas digitales. Tal vez ya te pueden hacer crecer una pierna amputada, al estilo de la poción crecehuesos de la saga Harry Potter. Ya me creo todo o casi todo.
Una red social es, por definición de la RAE, una plataforma de comunicación global… al servicio de la sociedad… que facilita la creación de comunidades y permite la comunicación entre los usuarios… interactúa mediante el envío/recepción de mensajes, datos, imágenes… accesibles de forma inmediata…. Después de buscar la definición, me imagino que fue escrita con la mejor intención, en la época de las cavernas, cuando nos parece que no existían las redes sociales. Esa época de las cavernas fue 1997, de manera oficial, cuando un chiflado llamado Andrew Weinreich inventó SixDegrees (y yo pensando que había sido Hi5…). El Paleolítico Superior de la tecnología nació hace 26 años.
Ahora las redes no solo pescan gente (que se quiere enrollar, enamorar o tan solo comprar objetos o perder su tiempo, con el mentado scrolling). Ahora las redes pescan niños y no estamos listos ni para protegerlos y menos, para enseñarlos a surfear/bucear ni tan siquiera, para navegar en ellas. El trasfondo siempre es económico. Las empresas que lanzan apps para jóvenes (que atraen a los niños) buscan dinero. No son hermanas de la caridad, como decían las abuelas. Quieren tus datos para sacar (y sacarte) dinero.
Los altos mandos escolares (de una escuela primaria) nos llamaron la atención, debido a que un grupo de niños (menores de 14 años) abrieron una cuenta de Instagram a nombre de un tercero, un compañero que ni aparato celular tiene (tal vez por eso). El tema se puso espinoso, porque las redes sociales no son competencia de la escuela y por lo que pudo saberse, los “posts” no se realizaban en horario escolar. Huelga decir que el reglamento de la escuela primaria establece que los teléfonos celulares están prohibidos para todos los alumnos, en horario escolar (seguimos hablando de educación primaria). No sacarlos, no usarlos o se decomisarán y los padres deberán ir a la dirección (en mi época ir a la dirección era todo un tema) a recoger el artefacto. Pero ese no fue el caso. No sucedió dentro de la escuela. ¿Qué se hace?
Ciertos países alrededor del mundo se enfrentan al asunto según la costumbre, el uso, la creencia, la ley… y cada quien hace lo mejor que puede. Otros países ni tan siquiera lo intentan.
Entre los primeros, se busca coger al toro por los cuernos, o lo que es lo mismo, involucrar a los padres y hacerlos responsables de la oferta disponible a sus hijos, aunque sea por la fuerza. En Estados Unidos (al menos en algunos estados como California y Utah) la ley establece que un menor de edad (ojo que en el vecino país la mayoría legal se alcanza a los 21 y no a los 18 para la mayor parte de los asuntos, excepto los de justicia que incluyan delitos) solo puede abrir redes sociales con el consentimiento por escrito de los padres/tutores y respetar una especie de “toque de queda” para el uso de las dichas redes. Sobra decir que es legal para los padres acceder a TODO el contenido en los equipos de sus hijos (todo lo que lean, todo lo que escriban). En otros países, como Canadá y la mayoría de los nórdicos esto resulta impensable, porque el respeto impide “violar” el derecho a la intimidad de los propios hijos. En el Reino Unido el toro se cogerá por el rabo, o lo que es lo mismo, se irá por las empresas. Está por aprobarse este año el llamado “Online Safety Bill”, que irá contra los productores de contenido que no protejan a los menores de ver ciertos contenidos considerados “nocivos”. Y aquí nos metemos en el galimatías de las definiciones, aunque desde luego, se incluyen apuestas, pornografía y violencia, incluida la de esos jueguitos adictivos como el CandyCrush. Como no podía ser de otra manera, el estado de Texas tiene una ley opuesta, no contraria, la Ley HB20 que protege de la censura. Ya saben, la libertad de expresión y la enmienda que la garantiza. Los hijos de Texas pueden ver lo que gusten.
Pero en ese mismo estado, si un niño va a un bar (hoy) no le sirven ni tabaco ni alcohol y si lo hicieran, le cierran el lugar. Es la ley. Hoy nadie cierra Twitter porque en un “scroll” aparezca contenido inadecuado para un niño. Aparece y ya. Mala suerte. Nadie te pide un código QR para poder abrir una cuenta en una red social. Tal vez alguna red tenga la opción de que escribas, como pasa en páginas de venta de licor por internet, si eres mayor o menor de 18 años. Pero no hay una cámara viéndote en vivo para certificar que no mientes. Cuenta abierta. El menú también está abierto.
¿Y en México? Tenemos el artículo 230 de la Ley de Decencia en Telecomunicaciones, que regula exclusivamente y de manera conceptual, a las plataformas, no a los contenidos. Tenemos la ley Federal de Protección de Datos, la Ley Federal de Derechos de Autor y la ley Federal del Consumidor, que se enfocan en proteger los datos personales de los usuarios. Su otro objeto de ley, “regular la interacción de las personas”, ha fracasado estrepitosamente. Basta asomarnos a la lista de injurias, insultos y las memorables mentadas de madre que aparecen a diario en cualquier red social. O tal vez sea que a los mexicanos nos gusta interactuar a mentadas para sentirnos a gusto y en casa.
No nos hagamos: nos encantan las prohibiciones. La mejor muestra es el dichoso “torito” que sigue al Alcoholímetro (en la CDMX), que en otras ciudades se llama de otras maneras, pero cuya función es la misma: evitar las muertes por conductores ebrios y se puede asegurar que ha funcionado. ¿Y la ley General de Salud de 1984 con respecto a la prohibición de venta de tabaco y licor a menores? Sí, disminuyó no ya la venta, sino el consumo de tabaco en menores de edad (pero ya llegó el vapeo, que parece ser peor que el tabaco). Sí, nos gusta sacarle la vuelta a todo, lo mismo que nos gusta que nos prohíban las cosas. Nuestra (in)educación está basada en las clásicas amenazas y castigos, no en la instrucción y menos en la negociación.
¿Qué planes en México hay para proteger/educar a los menores no solo de edad, sino de consciencia respecto a las redes sociales? Nada. Ninguno. Que los padres se conviertan en culpables/responsables de sus hijos. No hay Ley. Aquí tampoco.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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