El regalo que llegó del cielo

No se puede estar más agradecida, porque en medio del caos del mundo se puede tener unos minutos al día de un museo al aire libre.

El regalo que llegó del cielo
Mónica Hernández

Por Mónica Hernández

No, no es una cigüeña, no es Superman, tampoco Supercán. El regalo que llega del cielo estos días viene en forma de atardeceres bellísimos, de amaneceres que le arrancan a uno un suspiro o tal vez dos, que hacen que el corazón se salte un latido por la emoción. Nunca me ha faltado verborrea, pero me he quedado sin palabras al ver estos tonos dorados, rosados y ligeramente anaranjados que se arremolinan en el cielo azul, de un color que denuncia frío, que muestra orgulloso la limpieza del aire, merced a unas rachas, discretas aún, de viento. Febrero promete grandes ventarrones que espero con ilusión. Me gusta que el aire me despeine, que me limpie los pensamientos y los pulmones, porque el aire limpio también afecta el sistema general del cuerpo. 

Diría mi estimadísima Edmée Pardo que hay que leer las nubes. No sé lo que han leído los demás, pero mis pantallas se han inundado de fotos, unas aficionadas, otras profesionales, del cielo que nos ha regalado la ciudad de México en estos días de enero. Hay quienes han leído catástrofes, ovnis, invasiones extraterrestres y otro montón de premoniciones. Otros, más creativos, aseguran que son ojos a través de los cuales los extraterrestres nos observan (como si necesitaran unas nubes para espiarnos, en verdad…). Yo, lectora empedernida, he podido leer la belleza simple, esa que hace cosquillas en el alma y me saca sonrisas espontáneas, que me duran varias horas. Yo solo he podido admirar y llenarme, a través de las ventanas de mis ojos, de la belleza que contemplo. Tú, lector, lectora, ¿qué has leído en el cielo y en las nubes?