Santa Cláusula, Niña Diosa y las Reinas Magas

Santa Claus, Los Reyes Magos, el Niño Dios… han traído regalos a los niños desde que la gente tiene memoria, pero es que la memoria es limitada, incluso la humana.

Santa Cláusula, Niña Diosa y las Reinas Magas
Mónica Hernández

Por Mónica Hernández

Que el tiempo vuela no es un secreto, tampoco que es una invención humana para tener un asidero, un control. Pero hay momentos en la vida de toda persona en que esto se convierte en una dolorosa realidad. Dolorosa en sentido dulce, eso sí, aunque no por eso no dejará cicatrices en el alma, ese lugar a donde no llegan las curitas. Ese día llega para cada persona en un día diferente, a una edad distinta. Cuando el cascabel no suena, como en la película del Expreso Polar que protagoniza la caricatura de Tom Hanks. El día que se deja de creer, el día que se cae la primera capa que protege la inocencia. 

En mi caso particular, cuando cumplí 12 años, mi padre me invitó a acompañarlo a conseguir los regalos para mi hermana menor, que dicho sea de paso, estaba igual de enterada que yo del secreto que “Santa” y los “reyes” se traían entre manos. Me imagino que era la fórmula habitual para darte a entender sin explicar. Ahora, estando del otro lado, noté que la sospecha llevaba un par de años, tal vez tres, manifiesta en que la carta aparecía en el árbol justo antes de que la criatura se fuera a dormir, cuando años antes la carta la hacíamos en conjunto y me platicaba todo lo que le iba a pedir al gordo bonachón que tendría que ser creativo, porque en mi casa no hay chimenea. Así que me preguntó, de manera directa y precisa: ¿y cómo le hacías con los regalos de Santa? La pregunta me enterneció y me hizo sonreír. —Nos lo pusiste muy difícil. Así que tuvimos que pedir el apoyo de los duendes de Santa. La sonrisa que me devolvió fue de condescendencia. Le tuve que explicar que los “duendes” fueron sus hermanos mayores, que mandamos de espías para averiguar el contenido de esas cartas a Santa que tan celosamente guardaba en una caja con llave, escondida en un armario y envuelta en medio kilo de cinta adhesiva. Suspiro con un dolor en el pecho, donde se ha abierto una grieta. Se ha cubierto una etapa y queda el agridulce sabor de la inocencia que se va evaporando.