Se fue una era

Isabel II se ganó el respeto de los ciudadanos británicos, “sus súbditos”, de los que ella se sentía una “servidora”.

Se fue una era
Mónica Hernández Mosiño

Por Mónica Hernández Mosiño

Sí, lo confieso. Después de mi ejercicio matutino encendí la tele y me quedé pegada a la BBC, con la noticia sobre la preocupación médica por la salud de la reina de Inglaterra, la ya finada Isabel II. Vi en vivo la bandera del palacio de Buckingham a media asta y eso que aún no daban el aviso oficial de su muerte. También las imágenes de hijos y nietos llegando al castillo de Balmoral y al poco llegó el anuncio, ese que los medios ingleses prepararon desde hace muchos, muchísimos años, llamado “el puente de Londres ha caído”. Se puso en marcha el operativo de 10 días para los funerales, ceremonias y discursos. Durante este tiempo se ejecutarán los funerales de Estado y se preparará, crean o no, el funeral del siguiente monarca, operación denominada con otro nombre de puente o parque británico (el protocolo para el padre de la reina se llamaba Hyde Park). El heredero ya es rey, aunque la proclamación tardará un par de días y la coronación podría esperar un año.

¿Qué es un rey? El concepto de jerarquía hereditaria viene de largo y se podría decir que desde que la humanidad se considera como tal, puesto que se conoce desde el paleolítico superior y se sabe de su consolidación en el neolítico, básicamente como organización política y militar. En Mesopotamia existieron los reyes y también en la Antigua Roma, en el siglo VIII a.C., cuando Rómulo fue “coronado” rey. El esquema funcionó 200 años, pero tanto el título como la posición quedaron desprestigiados cuando se instaló la república. Los vikingos coronaban al soldado más bravo y valiente y sus descendientes aún “reinan” en Europa. Con más romanticismo surgieron los reyes godos, visigodos, merolingios, carolingios... En la Edad Antigua encontramos a Nabucodonosor, Alejandro Magno, Ramsés II y a Trajano. En la baja Edad Media, a Carlomagno, Justiniano y, entre los de Oriente, Genghis Khan y Saladino, el gran señor y villano de la época de las cruzadas que tanta literatura romántica nos ha dado.

El derecho divino, o la creencia que la sangre provenía directamente de Dios,  surgió de una de esas teorías que hablan sobre los herederos de Jesús y María Magdalena que llegaron al sur de Francia, escapando de la suerte del hijo de Dios y que se asentaron en Europa. Algunos le llaman también la descendencia de David, rey y profeta de Israel. La ciencia no ha encontrado aún la sangre azul que da pie a semejante creencia, pero es verdad que ha localizado un gen raro, que coincidentemente tienen muy pocas personas en el mundo y que tuvieron muchos de los que fueron reyes en vida.

Hoy poca gente comprendemos la necesidad de tener un rey a la cabeza de un Estado y menos si proviene de un gen transmitido de abuelos a padres y a hijos. ¿Derecho divino? La realidad de nuestro mundo no permite imaginarnos que baje Dios y unja a uno y no a los demás. Las monarquías ahora son constitucionales (con algunas excepciones) y sus actos y gastos deben responder a la realidad de sus países y su tiempo. Isabel II se ganó el respeto de los ciudadanos británicos, “sus súbditos”, de los que ella se sentía una “servidora”. Trabajo, prudencia y neutralidad le valieron no solo el respeto de los británicos, sino su cariño. Se quedan “huérfanos” y en manos de una incógnita, su hijo Carlos ahora “tercero”. Curioso que eligiera un nombre que tristemente recuerda a los Carlos previos, de infame destino para sí mismos y para el Reino Unido: Carlos I fue decapitado en 1640 por el Parlamento y Carlos II llegó al trono después de ser abolido y restaurado; mantuvo una guerra continua con el Parlamento, además de escándalos por la gran cantidad de hijos de diferentes mujeres, de los cuales solo reconoció a 14, vivió en primer plano el gran incendio de Londres, además de dejar una complicada sucesión a su hermano menor, puesto que no tuvo hijos legítimos y era católico en una Inglaterra protestante. La religión por encima de las testas coronadas.

La lluvia pareció acompañar a los británicos en su sentir durante las primeras horas posteriores al fallecimiento de la monarca más longeva en la historia de las monarquías, porque llovió a cántaros. Su heredero nunca ha sido simpático ni querido por la ciudadanía, pero ya es, de facto, el rey y su amante reconvertida en esposa, la reina consorte. Falta por ver si sobrevive otros 20 años para alcanzar la edad de la madre, o si comienza a hablar e incomodar como lo ha hecho durante su larga temporada como príncipe de Gales, el título de cortesía para el heredero de la corona británica y que próximamente pasará a su propio primogénito, William. Resta por ver si el siglo XXI tiene lugar para los reyes, porque la monarquía se paga con los impuestos de los contribuyentes. La reina ha muerto, ¿viva el rey?

@monhermos

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