Por Mónica Moreno Figueroa

¿Necesitan las realidades volverse “reales” de manera personal para que podamos notarlas? Se cree que la información, la educación, que estas palabras que escribo, son en sí mismas suficientes para ver, juzgar y actuar. Esta lógica se propone como básica para lograr la transformación social que vamos persiguiendo desde hace mucho, esa transformación que está siempre a la vuelta de la esquina, ya merito, ya casi. Sin embargo, nos despertamos ante nuevos horrores, más desesperanza, más frustración y un creciente desasosiego de que las cosas no más no mejoran, no lo han hecho, no lo harán.
Uno de los grandes retos, me parece, está entre poder mantener un balance de atención suficiente que nos permita ver de frente, sin parpadear, esta irracionalidad devastadora y, al mismo tiempo, absorber la belleza, ver el horizonte, sentir la inmensidad del universo ante la fuerza de una sonrisa, de un abrazo.
Este pensamiento me abrumó al ver el último video del 27 de septiembre que mi mejor amiga, Sol González Eguía, subió a sus redes. La veo con su cara bronceada, su cabello castaño largo, suelto, moviéndose con el viento y el vaivén del barco. Mantiene el teléfono cerca, me imagino como parte de los protocolos de seguridad, pero nos deja ver el mar, azul como hemos aprendido a leerlo, con esos toques brillantes aquí y allá, las olas salpicadas de luz. Y luego la escucho: habla de la complejidad y vinculación de los conflictos violentos, de quién gana con las guerras, de cómo luchar por una causa es luchar por todas. Habla de Palestina, habla de Gaza, habla del ejército israelí, del genocidio, del corredor de ayuda humanitaria, de los niños y niñas con hambre, sin piernas, con miedo, sin juego ni seguridad. Y luego veo el mar y veo su cara del tamaño de la pantalla de mi teléfono. Tan lejos, tan cerca.
Mientras, estoy en un hotelito de segunda en Heidelberg, Alemania: los semáforos funcionan, solo cae lluvia del cielo, las nubes se mueven y dejan salir al sol, las montañas verdísimas con su castillo, el río generoso y la parte vieja llena de música y puestos de comida. Abro mi página de Facebook y ahí está de nuevo Sol, hablándome de la relación entre los 43 jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa y el poderío militar y tecnológico de Israel. Gaza se ha hecho real para mí a través de la experiencia de Sol. Tal vez hay muchos para quienes la irracionalidad de la violencia ya dejó de escondérseles, o tal vez otros han dejado de esconderse porque alguien que conocen está cada vez más cerca del horror, porque alguien a quien quiero está ahí y no me es posible desenchufarme para continuar con lo cotidiano.
Una perspectiva incisiva para comprender esta complejidad abrumadora es el trabajo de un académico sudafricano, el profesor Nyasha Mboti, quien ha desarrollado ‘Apartheid Studies’ (Mboti, 2023, 2024). Ahí, Mboti propone que para entender por qué la opresión persiste, “como es que el daño continúa en lugar de terminarse” (2024: 54), no basta con estudiar a los opresores ni a las instituciones de poder – hemos hecho esto bastante. En lugar de eso, nos sugiere que debemos centrarnos en “cómo las personas oprimidas viven con el maltrato hora tras hora, día tras día (2024: 63). La clave es que la opresión se mantiene porque sus costos recaen en las propias personas que viven circunstancias opresivas, quienes terminan pagando, soportando y organizando la vida diaria alrededor de la opresión (Mboti, 2024: 54). Mboti le llama a este mecanismo la Rate of Oppression (ROp) o Tasa de la Opresión: “la cuenta y factura de vivir con el maltrato” 2024: 70). Esta factura se paga de manera distinta, unos más y otros menos, a destiempo y con diferentes intensidades. La opresión persiste porque estas diferencias generan que no todes reaccionemos igual ni al mismo tiempo. Esto hace que la experiencia del daño se distribuya y se viva de forma escalonada.
Una idea central que tenemos que entender, nos urge Mboti, es la “degradación”. Para él, más allá de las respuestas clásicas de “lucha o huida” frente a la amenaza, la reacción más común en las personas oprimidas (y yo diría en todas) es la degradación: seguir viviendo en medio del daño (Mboti, 2024: 56), priorizando tareas inmediatas (pagar la renta, los servicios, comprar comida, llevar a los niños a la escuela) en vez de confrontar la opresión directamente. La vida sigue en medio del daño y la mayoría de nosotres estamos priorizando nuestra supervivencia en lugar de confrontar la opresión. La degradación nos obliga a ver que la continuidad de la vida en condiciones de opresión no es signo de fortaleza, sino de “un conflicto de interés que sostiene la permanencia del daño” (Mboti, 2024: 55). Mboti pregunta y advierte de manera conmovedora: «¿Cómo vive la gente con el daño? ¿Cómo vive la gente en el camino del daño? ¿Cómo podrá salir de él? Observamos que, una vez que la gente ha aprendido a vivir con el daño, de tal manera que la vida continúa, las emergencias globales se dan por terminadas. Ya no hay crisis». (Mboti, 2024: 55)
Siguiendo a Mboti entonces puedo ver que aquellos que tienen el privilegio de poder detener todo, aquellos que pueden suspender su vida cotidiana, como Sol, revelan la trampa fundamental del sistema de opresión. Sol forma parte de la delegación mexicana de la Global Sumud Flotilla, que actualmente navega en el mar Mediterráneo hacia Gaza para detener el asedio ilegal, abrir un corredor humanitario y poner fin al genocidio en curso del pueblo palestino. Y yo, viviendo en una situación de degradación, “tengo” que tomar el tren a Londres, comprar comida, poner la lavadora, tomar mis medicinas, acudir a mis reuniones de tal a tal hora, a la clase de yoga, a cenar con mis colegas. Y así sigo, viviendo en medio del daño. Yo y tantos otres.
Cuando escuché a Mboti hablar de su trabajo en una conferencia en el Instituto de Investigación sobre Racismos Globales para la Transformación Social en julio de este año, me sentí muy incómoda, y todos los presentes estábamos por caernos de la silla. Nos preguntó: ‘¿qué estabas haciendo mientras bombardean Gaza? ¿Qué hiciste el día siguiente?’ Estas preguntas siguen retumbando en mis oídos. ¿Qué estoy haciendo mientras las bombas se acercan al hospital que queda en pie en Gaza, mientras Sol está en la flotilla, mientras marchan por los 43 desaparecidos en Ayotzinapa…?
Tengo claro que las siguientes preguntas deben ser sobre cómo equilibrar nuestra atención para mantener nuestros corazones y mentes radicalmente abiertos a todo lo que está sucediendo en el mundo; y sobre cómo comprender que nadie está exento de la circulación de la opresión, que todos estamos enredados en ser opresores y oprimidos. Por ahora, no tengo soluciones al dilema planteado por Mboti, al desafío lanzado por Sol (y otros), a los desgarradores gritos de las personas sometidas a la violencia. Lo único que se me ocurrió hoy fue escribir esto, añadir palabras con la esperanza de que puedan contribuir a promover el cambio, un estímulo para ti, lector/a, para que veas, sientas, pienses, sientas, actúes, sientas y vuelvas a empezar: a ver, a sentir, a pensar... A sentir y emocionarte por nuestra complicidad, por mi complicidad, tu complicidad, nuestro enredo en la degradación. Y afrontar las complejidades, y estar agradecidos a aquellos que se detienen, que dicen no, que saltan de sus vidas cotidianas al peligro por todos aquellos que están siendo dañados.
Nota: Sol desde la Global Sumud Flotilla nos pide que apoyemos a Humans To Be, una organización palestina dedicada a darle contención emocional a los niños y niñas de Gaza.

Referencias
Mboti, N. (2023) Apartheid Studies: A Manifesto. Trenton, NJ: Africa World Press.
Mboti, N. (2024) ‘The Rate of Oppression (ROp): The Apartheid Studies Approach to the Study of Harm’, en Mlambo, O.B. and Chitando, E. (eds.) The Palgrave Handbook of Violence in Africa. Cham: Palgrave Macmillan, pp. 53–74. https://doi.org/10.1007/978-3-031-40754-3_2
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

Comments ()