Por Nadia Rodríguez Martínez

“¿qué será lo que nos toca hacer como ciudadanos mientras el crimen organizado sigue su guerra y las autoridades hacen como que hacen?”
De todas las formas posibles nuestro gobierno y el ejército mexicano nos han hecho notar que están rebasados por el crimen organizado y los cárteles de la droga. Esta supremacía y control del narco es una bola de nieve que sigue creciendo, cobra fuerza y nos traza en la cara su compleja estructura organizativa y su poder financiero.
Si el Estado mexicano no es capaz de contener la locura de los combates entre grupos criminales, como está sucediendo en Sinaloa, del lado de la sociedad civil lamentablemente vamos de la indignación a la costumbre, y qué terrible es acostumbrarse porque la gente percibe que nadie ni nada terminará con esto. Lo que queda es vivir así, aprender las reglas de este juego perverso y seguirlas hasta que alguien decida que el juego terminó.
Es verdad que desde hace muchas décadas, en varias zonas de la República la gente se acostumbró a identificar y mirar el comportamiento de quienes estaban ligados al narcotráfico, si había disputas solo se arreglaban entre criminales. “Por si las moscas,” no faltaba quienes los saludaran cordialmente, más valía tenerlos contentos. Así pintaba la vida antes, “con sana distancia y somera paz.”
Hoy ya no, hoy Sinaloa, Guanajuato, Michoacán, Zacatecas y otras regiones, nos están mostrando que se rompieron las distancias y la mayor parte de la población se siente en riesgo, tiene miedo, está cambiando sus hábitos y su vida diaria, los niños están dejando de ir a la escuela por semanas y la realidad es que esto acabará cuando queden saldadas las deudas que se pagan con sangre. Definitivamente esto va más allá de las autoridades y el ejército, la sociedad civil está en medio y está aprendiendo a sobrevivir sin apoyo, la seguridad se la están proporcionando los propios ciudadanos de la forma en la que pueden.
Lo más terrible es una sociedad vulnerada. Dejemos del lado que si Sheinbaum demanda al abogado de Ovidio o si pide al gobierno norteamericano que también detengan a sus narcotraficantes y funcionarios corruptos, etc., etc. Todo esto que se vuelve noticia créame que no es lo más importante, el foco rojo está en esa sociedad vulnerada, en cada una de las familias que se ven tocadas por esta guerra, sobre todo las familias más humildes, las que viven desintegración, pobreza y violencia al interior porque ahí va a seguir creciendo el cáncer y seguirán extendiéndose las redes del narcotráfico, entre los niños y jóvenes que siguen quedando desprotegidos por el Estado.
Según el INEGI el narcomenudeo está entre los cinco delitos más frecuentes cometidos por adolescentes. Los estados de Nuevo León, Jalisco, Estado de México, Chihuahua, Sonora y Guanajuato, registran el mayor número de carpetas de investigación abiertas por delitos juveniles. De acuerdo con la especialista en derechos de las niñas y niños, la Dra. Mónica González Contró, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, la facilidad con la que el narcotráfico copta a los jóvenes se debe a una falta de estructura institucional para contener a este sector.
No basta con lanzar campañas que digan “El fentanilo te mata”, ni a los adolescentes ni a los jóvenes que conviven a diario con la delincuencia organizada les llega esto, tampoco a quienes tienen problemas de adicción y van a seguir haciendo todo lo posible por drogarse. La verdad, en este gobierno de los programas sociales, no detectamos algún programa lo suficientemente fuerte y enérgico que empiece a ganar la guerra contra el narcotráfico pero desde aquí, desde la triste realidad que enfrentan miles de niños, adolescentes y jóvenes a quienes no les queda de otra que entrar al juego.
En este contexto de extrema violencia ¿qué será lo que nos toca hacer como ciudadanos mientras el crimen organizado sigue su guerra y las autoridades hacen como que hacen? Tal vez fortalecer lo que en otras situaciones críticas ya hemos hecho: mirarnos de forma horizontal con solidaridad, respeto y confianza. Pienso en las redes de apoyo entre familias, entre vecinos, madres y padres amorosos que compartan su amor con esos jóvenes desprotegidos que han perdido a los suyos o que han huido de casa.
Que la costumbre no de paso a la indiferencia y al rechazo, que la violencia de las calles no se replique en la intimidad de un hogar. Lograr esto no es para nada una tarea fácil, sobre todo si se vive en el desaliento y la incredulidad, pero mucho depende de la voluntad que tengamos para hacerlo distinto y demostrarles que no pueden quitarnos la paz, ni el sueño de seguir adelante.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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