Por Nelly Segura*
Los he visto de noche. Entre sombras, sobre los techos de las vecindades de Iztapalapa o brincando por los pocos árboles que quedan en Xoco, ahí andan los cacomixtles, calladitos, atentos, esquivando el ruido de una ciudad que ya no les pertenece. Son pequeños, nocturnos. Tercos con antifaz. Y mientras los observo, no puedo evitar pensar que se parecen tanto a nosotros: a los pueblos originarios, a las familias que aún cuidan sus deportivos, a quienes no hemos querido irnos de nuestros barrios, aunque todo parezca diseñado para que lo hagamos.
Los cacomixtles son sobrevivientes. Como nosotros. Han aprendido a vivir entre el humo de los puestos que resisten entre cientos de franquicias y los edificios que brotan con nombres que ni entendemos, pero que sabemos que no están pensados para nosotros, con ofertas de departamentos por nueve o diez millones de pesos.
Donde antes había una cancha, ahora hay un estacionamiento subterráneo. Donde había silencio, hay música de rooftop y homogeneidad disfrazada de progreso. Qué pereza ser de ellos, de los iguales, que entran a las 9:00 y salen a las 6:00 directo a Walmart o a la plaza comercial de siempre, quizá con alguna que otra nueva amenidad. Sin comunidad, sin lazos, en su mayoría sin amor a esta tierra.
Donde había comunidad, hay cámaras, cercas, aplicaciones. Y en medio de todo eso, llegan las Utopías. Así, con mayúscula. Proyectos con colores vivos, logos modernos y discursos llenos de palabras bonitas: "inclusión", "revitalización", "espacio para todos".
Pero a muchos nos ha tocado vivir otra cara de esa utopía. Una donde nos quitan lo nuestro sin avisar, donde llegan con grupos de choque a arrancar una reja sin mostrar ni un solo documento legal. Como en San Francisco Tlaltenco, donde el Deportivo El Triángulo —donado por ejidatarios en 1978 para uso deportivo— fue violentado sin orden judicial, sin diálogo, sin respeto.
Nos dicen que es por nuestro bien, que es para mejorar. Pero, ¿cómo puede ser bueno algo que llega sin preguntarnos? ¿Cómo puede ser justo si borra lo que construimos juntos durante décadas, lo que hemos visto desde niños? ¿Cómo llamarle utopía si amenaza con robarnos hasta el derecho de decidir sobre nuestro territorio?
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