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Por Nelly Segura*

Tacubaya ya no existe. Al menos no como barrio. Lo que fue una de las zonas más emblemáticas y vivas del poniente de la Ciudad de México ha sido borrado, con excavadoras, planes urbanos mal concebidos, abandono institucional y una gentrificación promovida desde el poder.

Tacubaya —nombre que proviene del náhuatl Atlacuihuayan, “lugar donde se toma agua”— fue históricamente una zona estratégica: paso obligado hacia Toluca, sede de casas señoriales y, más adelante, un barrio obrero e industrial. En su momento albergó fábricas textiles y ferroviarias, conventos, escuelas públicas, la Academia Militarizada México y un mercado activo que era el corazón económico y social.Hoy, Tacubaya es una postal desfigurada.

La desaparición del barrio, en su sentido social, ha sido gradual pero constante. Entre 2010 y 2020, de acuerdo con el INEGI, la población residente en la colonia Tacubaya se redujo en un 18 por ciento. Esta tendencia puede deberse a diversos factores, como cambios en el uso del suelo, migración hacia otras zonas o transformaciones en las dinámicas sociales y económicas de la colonia. A la par, el precio de renta por metro cuadrado creció casi un 50 por ciento en la última década. Esta combinación —éxodo forzado y aumento sostenido de costos— evidencia un patrón claro: desplazamiento de habitantes.

Durante su gestión como jefa delegacional de Miguel Hidalgo (2015–2018), Xóchitl Gálvez propuso erigir un edificio de departamentos y oficinas sobre el mercado público de Tacubaya como parte de un supuesto plan de modernización. El proyecto no se concretó, pero ilustró bien las prioridades: el capital inmobiliario por encima del tejido social.

Lejos de rehabilitar el mercado, este fue dejado a su suerte. Hoy sus locales están vacíos, los pasillos son oscuros, hay filtraciones, basura acumulada y un ambiente general de deterioro. En las banquetas, puestos ambulantes ocupan espacios sin regulación ni servicios básicos. La idea de reubicar a los comerciantes se quedó en promesas. No hay baños públicos ni control de residuos. Como expresan algunos locatarios: el mercado “se muere solo”.

También desapareció la Academia Militarizada México, institución educativa que durante décadas formó generaciones con una disciplina particular que marcó el rumbo de muchas familias. A ello se suman clausuras de escuelas públicas, como el Jardín de Niños Narciso Bassols, o centros culturales que antes tejían comunidad.

En los últimos años, se han perdido otros espacios fundamentales para la vida barrial: los juegos de video de Las Vegas, los cines Hipódromo y Ermita, el teatro Hipódromo, la tienda de muebles Famsa, el Colegio Luz Saviñón y los históricos Almacenes García. Algunos cerraron por la presión del mercado, otros por el desgaste institucional, pero todos comparten un destino: el olvido. No tienen “cara de moderno”, y eso en esta ciudad parece ser una sentencia de muerte.

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