No me dejaron abortar

Me dijo que estaba embarazada. ¡Yo no puedo tener esta criatura! ¡Yo no tengo que tenerla! ¡Yo estoy estudiando y fui violada!

No me dejaron abortar

Bien, bienvenidos, mi nombre es Imelda. Nací en la Ciudad de México. Vivo en San Antonio, Texas, desde hace 31 años. Vine a contar mi historia, historia que antes no había contado en público.

Yo era la mayor de 7 hermanes. Vivíamos en pobreza extrema amontonados en un cuarto –9 de familia– en colonias donde la droga y los asaltos eran el pan de cada día. Desde que tuve uso de razón quería estudiar una carrera: ser bióloga, no como un vehículo para escapar de esa miseria, sino porque yo amaba la naturaleza y a los animales. Pero mis sueños fueron destruidos. Destruidos por un sistema patriarcal, por políticos machistas que hacen leyes con las "patas". ¡No con el cerebro!

Estudiaba en El Colegio de Ciencias y Humanidades. Por las mañanas trabajaba para mantener mis estudios. Teníamos equipos y hacíamos los trabajos para pasar las materias.

Un día fui con este compañero al departamento de un amigo para preparar el trabajo. Ahí había otros jóvenes. Entramos. ¡Todo fue tan rápido que no tuve tiempo de razonar! Mi compañero me empujó en la cama, los otros salieron. ¡Me violó! Yo grité, pedí ayuda, lloré. Cuando terminó, abrió la puerta, ¡y siguió el dueño del lugar! ¡Me violó! Los que estaban afuera gritaban, bromeando, riendo, tocando la puerta, ¡exigiendo su turno! Yo, llorando forcejeando. Instintivamente pensé: “¡Me van a matar! ¡No podré resistir más!”.

Le supliqué al maldito que no dejara entrar a los demás. Que no les permitiera que me siguieran violando. Lloraba a mares, suplicaba, asustada, aterrorizada. Aun sin poder creer que eso me estaba pasando: ¡Que mi vida estaba en peligro!

Fue tanto lo que supliqué –hasta de rodillas– que no los dejara entrar. Me ayudó a levantarme, no los dejó entrar. Los malditos gritaban, golpeaban la puerta, pateaban, hasta que se largaron. Yo no quería salir.

Aterrorizada, esperé ahí hasta que se hizo tarde. Llegué a mi casa. Adolorida, lastimada, destruida, destrozada. Sucia. No le conté a mis padres porque mi padre era machista, violento. Mi madre mujer dulce abusada. ¿Qué podía hacer?

Pasaron las semanas. Era tan inocente, soñadora, que no pensé que esto me podía suceder. ¡No le había contado a nadie! Mi compañero de clase se hizo el tonto. No me volvió a hablar. Mi periodo no llegó, otro mes y nada. Yo angustiada. Quedé embarazada.

Fui a la enfermería del colegio, el doctor me revisó y le conté lo que me pasó. Pensé que me ayudaría. Me dijo que estaba embarazada. ¡Yo no puedo tener esta criatura! ¡Yo no tengo que tenerla! ¡Yo estoy estudiando y fui violada!

¡Quiero abortar! ¡Por favor! Mi padre me matará a mí y a mi madre a golpes. El doctor me insultó, me regañó, me gritó, me dijo que no estaba permitido el aborto.

¿Para qué contarles la larga historia de sufrimientos de décadas, de insultos y bromas soeces sobre el origen de mi hijo? No terminé el colegio. Por no tener el derecho a decidir en mi cuerpo fui condenada, atada a sufrimiento de décadas. Por no estar protegida, como ser humano, con derecho al aborto por haber sido victimada.

¡Quiero que los jueces de la Suprema Corte de este país me escuchen! Que conozcan mi historia. Que conozcan las miles de historias de todas las mujeres de este país. Cómo sufrimos. Cómo muchas pierden la vida o quedan estériles por no tener el derecho a un aborto sin ser juzgadas, condenadas. Porque sólo nosotras sabemos nuestra realidad. Cómo fui castigada. No solo por las leyes, sino por la sociedad que también me condenó poniéndome sobrenombres que yo acepté sin defenderme, por proteger a mi hijo para que no supiera su origen. Para que él no sufriera lo que yo. Lo protegí como una fiera para que no fuera herido. Ya era suficiente con lo que yo aguantaba. ¿Él qué culpa tenía? Preguntarles a esos jueces de la Corte Suprema, ¿qué respondes a un hijo producto de una violación cuando busca tu rostro, busca tu mirada y te pregunta: “¿quién es mi padre, dónde está? ¿Por qué nunca me cuentas de mi padre?”?

Yo quiero que los jueces de la Corte Suprema estén ahí enfrente, junto a mí, y me ayuden a responder a mi hijo, a mis nietos, que leyes retorcidas, equívocas, no me dejaron tomar yo misma mi decisión de tenerlo o no tenerlo. Que él es producto de una violacion y no se cuál de ellos es su padre. Cuando condenen a las mujeres a arrastrar cadenas de sufrimiento, culpa y humillación al quitar el derecho a decidir qué es lo mejor para esa mujer. Porque solo ella sabe lo que pasó, cómo pasó y no juzgarla.

¡El embarazo forzado bajo cualquier circunstancia es esclavizar!

Condenarla de por vida a pagar una culpa que no es de ella. Negar el Derecho al Aborto es cometer una grotesca violencia psicológica, social, emocional y física. Negar el derecho al aborto es hacer daño con consecuencias crueles. A las mujeres de este país, pobres, negras, blancas, migrantes. Apretando las cadenas tanto de la supremacía blanca como del patriarcado.

Del infeliz que me llevó ahí nunca supe. Porque por obvias razones dejé el estudio y nunca pude rehacer mi vida. Todo fue rodar y ser una ‘mil usos’, hasta que terminé de sirvienta en San Antonio. Pero el que era el dueño del departamento estaba estudiando medicina y lo fui a buscar cuando ya estaba a punto de aliviarme. El maldito se escondió. ¡Él se graduó de doctor!

Está es mi triste historia. Me he pasado la vida luchando para mi hijo y lo amo con todo mi corazón y nunca digo: “¡Ayyy! Cada que veo su rostro veo el rostro… de nadie!”. Sólo es mi hijo con su propio rostro.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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