Por Norma Bautista
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En la industria editorial en México existe un activo silencioso, a veces subestimado por quienes no ejercen una función en relaciones públicas, pero absolutamente determinante para el éxito de cualquier campaña: la base de datos. A simple vista puede parecer una hoja de cálculo; en realidad es otra cosa: una obra viva, construida vínculo por vínculo, conversación por conversación.

 Quienes trabajamos en comunicación —y especialmente las mujeres— sabemos que allí se condensa una parte de nuestra historia profesional. La agenda no se improvisa ni se hereda: se construye con criterio, con sensibilidad y con una ética que sostiene relaciones de confianza con periodistas, creadores de contenido, editores y líderes de opinión.

 Esto importa aún más en una industria donde, paradójicamente, las mujeres somos mayoría y aún así enfrentamos desigualdades. En 2025, la Asociación Latinoamericana de Relaciones Públicas (ALARP) reportó que el 80% de los profesionales de RP en México son mujeres. Aun así persisten brechas salariales, falta de acceso a posiciones de liderazgo y una limitada valoración del trabajo cuando lo realizamos como proveedoras de servicios.

 En ese contexto, lo que ocurre con nuestras herramientas profesionales no es un detalle administrativo: es un indicador claro de cómo se valora —o se subvalora— el trabajo de las mujeres dentro de la cadena editorial.

 Hace unas semanas, nuestra consultoría —una firma independiente— vivió una situación reveladora: un cliente consideró legítimo solicitar nuestra base de datos, como si años de relaciones profesionales fueran un recurso transferible por jerarquía, un entregable más que pudiera exigirse sin consentimiento.

 La solicitud no fue un error. Fue un acto de poder. Uno que reproduce un patrón conocido: en una industria donde las mujeres sostenemos buena parte del trabajo de comunicación, todavía se asume que nuestro conocimiento puede tomarse y usarse sin pedir permiso.

 Sin embargo, cuando eres proveedor de servicios en RP, comunicación e influencer marketing, la base de datos no es un activo del cliente. Es patrimonio profesional e intelectual de quien la construye. Cada nombre tiene una historia. Cada contacto implica un vínculo previo y una relación cultivada con paciencia. Y la normatividad mexicana de protección de datos personales lo respalda: ninguna agenda puede transferirse sin consentimiento expreso de los propietarios de los datos. Más allá de la legalidad, hay algo elemental: las relaciones no se expropian.

Tras comunicar nuestra decisión —plenamente profesional y jurídicamente válida— de concluir anticipadamente un contrato, después de las insistentes solicitudes de entregar nuestro directorio, la respuesta fue una amenaza de demanda bajo el argumento de que solo la contraparte podía dar por terminada la relación.

La reacción, además de ignorar los alcances de la ley, fue un acto evidente de intimidación.

En México, cualquier contrato civil o mercantil se rige por el Código Civil Federal, que reconoce el carácter bilateral de los acuerdos, la existencia de obligaciones recíprocas y la posibilidad de rescisión cuando existen causas justificadas o cuando la relación se vuelve inviable para cualquiera de las partes. Nadie está obligado a permanecer en una relación contractual que se ha deteriorado. Y a ello se suma que la Ley Federal de Protección de Datos Personales en Posesión de los Particulares prohíbe expresamente la transferencia de datos sin consentimiento. Nuestra metodología, nuestra agenda y nuestras relaciones profesionales están protegidas por ley.

 Las mujeres hemos sostenido durante décadas los puentes que hacen posible la visibilidad de los libros, la circulación de ideas y la construcción de audiencias. Sin embargo, el reconocimiento de ese trabajo sigue siendo insuficiente. 

Por eso, cuando una estructura corporativa intenta apropiarse de la base de datos de una agencia liderada por una mujer, no solo intenta obtener una herramienta: reproduce una desigualdad histórica que considera prescindible el trabajo femenino, incluso en un sector donde somos mayoría.

Defender la titularidad de nuestra base de datos es defender algo más que un documento. Es proteger el valor del oficio, la dignidad profesional y la legitimidad del lugar que las mujeres hemos construido en la industria editorial en México.

Porque lo único que no se entrega, que no se negocia y que no se cede, es el corazón del trabajo que nos ha tomado una vida construir.

Y ese corazón —nuestras relaciones, nuestro criterio, nuestra experiencia— nos pertenece.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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