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Por Nurit Martínez

La política social se hincha de soberbia a diario pensando que con proclamar: primero los pobres, se resolverá lo que más le duele a los que menos tienen: la pobreza extrema.

Noemí no tuvo para pagar un préstamo de mil pesos a sus sanguinarios acreedores y ahora, nos hemos estremecido con la brutal muerte de Fernandito, un niño de apenas cinco años.

Unos pocos están dispuestos a todo por poco. Siempre me he preguntado: ¿por qué hay quienes piensan que asaltar a un obrero de regreso a su casa, llevando 20 o 50 pesos en el bolsillo, es un buen negocio?

¿A quién se le ocurre que un vendedor ambulante, en un tianguis de una de las zonas más pobres como Los Reyes La Paz en el Estado de México, puede tener en su bolsa el "suficiente dinero" como para quitarle la vida? ¿Suficiente para quién o para qué? ¿Para resolver otra precaria deuda con otros agiotistas?

Esto suena a carroña social.

Ya no pregunto de qué están hechos ellos y ellas que se involucran en esos actos de violencia despiadada y de tintes carnavalescos.

"Comeros los unos a los otros", es la ley en esa selva, aunque todos tengan el mismo nivel de precariedad. La ley más primitiva de sobrevivencia.

La autopsia de Fernandito revela no sólo el ajuste de cuentas, la venganza, el sadismo y  la salvajada de este grupo de personas que durante horas golpearon y dejaron sin comida y agua a un niño de tan solo cinco años.

¿No hay un mínimo de humanidad frente a un niño? No, y esto duele hasta la entraña, es difícil no imaginar la escena y no enfurecer entre lágrimas.

¡Hacia dónde vamos México!

¿Un niño de cinco años puede pagar una deuda de mil pesos? En una mente desquiciada parece ser que sí, pero a ojos de todos es perder la conciencia, la coherencia.

Revela lo peor de otros como nosotros y que están tan cerca de nosotros. ¿Cómo los contenemos? Esos agiotistas son reyes desnudos en un mundo de ciegos.

Esa realidad nos revela al mismo tiempo que distribuir dinero sin ton ni son no resuelve ese México profundo.

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