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Por Nurit Martínez
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Cuando este día las niñas y niños lleguen a las escuelas de preescolar, primaria y secundaria se encontrarán con una propuesta educativa de la que nadie tiene claridad sobre qué busca, porque hasta ahora, ni en la primera etapa ni en el segundo piso de esta autollamada cuarta transformación se ha podido plantear qué ciudadano se formarán al concluir la educación obligatoria, es decir, desde el preescolar hasta el nivel universitario.

¿Será que tenemos el primer cuarto del siglo perdido en materia educativa?

La única aportación en este primer año del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, en el nivel básico fue la reducción de clases, de 200 a 185 días, es decir quitar entre 60 a 90 horas de clases. Y se hace con un plan de estudios lleno de parches, que lo mismo busca que las y los estudiantes conozcan de la “democracia participativa”, del medio ambiente, un poco de historia de México con carga ideológica, que conozcan más de las comunidades indígenas y afromexicanas, pero que con todo ello no logra mejorar el aprendizaje básico: aprender el lenguaje matemático y el español.

Las pruebas nacionales e internacionales evidencian que los maestros en las escuelas no logran hacer que se sepa sumar, restar, multiplicar y dividir de forma correcta para resolver problemas cotidianos, y que en el caso del conocimiento de la "lengua materna" se pueda seguir una instrucción médica, analizar información o generar pensamiento crítico.

Desde que inició la alternancia en la Presidencia del expresidente Vicente Fox y de manera más decidida en la gestión del expresidente Enrique Peña Nieto, la política educativa en México está orientada a resolver los problemas con el sindicalismo, la gestión administrativa, laboral y los problemas que surgen de la gobernanza entre sus integrantes.

La mejora de la calidad educativa ha sido el pretexto ideal para meterle mano, con arañazos, al plan de estudios: unos con fines de subir estándares, números que no se tradujeron en nada y no reflejan nada en la vida diaria de los ciudadanos, hasta desaparecer programas que sí tenían un ligero impacto en el aprendizaje, tales como las escuelas de tiempo completo y las comidas calientes para los sectores más vulnerables. 

Y no es que en la gestión de Felipe Calderón todo hubiera funcionado, es el periodo más oscuro en el caso de la educación básica: entregando la gestión al grupo sindicalista más corrupto y con prácticas que deterioraron aún más el aprendizaje educativo y que hoy sigue operando de la misma forma.

Aunque en la gestión de Enrique Peña Nieto el magisterio perdió a la abeja reina: Elba Esther Gordillo Morales, que todo veía con desmesurada ambición económica y política, al interior prevalecen pequeños virreyes, emperatrices, condes y condesas que replican a la ex líder sindical. Lo peor de todo es que siguen ejerciendo viejas prácticas con las cuales los gobiernos estatales han sido doblegados a compartir el poder dentro de las secretarías en las entidades.

El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y sus prácticas de colusión con el poder fueron aprendida por su disidencia interna, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y aquí ya vimos en otras ocasiones como manipulan y presionan al gobierno federal y los locales para que les sean concedidos favores económicos y políticos, pero no hay nada en el plano pedagógico o educativo.

Los cambios sexenales en los libros de texto no han sido más que la tentación del gobierno en turno por contar su visión partidista de la historia, con un lamentable uso político-electoral como si fueran los envoltorios de cajas de regalo. Cada quién con sus colores, exaltando o refundiendo personajes al más claro rincón.

Y con ello no se ha logrado más que acumular errores, confusión al magisterio y un rezago cada día más acrecentado en dónde más daño hace: en las comunidades en dónde el libro de texto es el único recurso para valorar a la educación como medio de movilidad social.

En el caso del nivel medio superior y el superior se supuso que con construir paredes y ofrecer alternativas sin un modelo consolidado era suficiente. Ningún mexicano está convencido de la calidad y de las posibilidades de que invertir en la Universidad Rosario Castellanos o los bachilleratos de baja calidad sea la alternativa para aspirar a un mejor futuro.

Detrás de todo ello siguen problemas añejos como la falta de infraestructura, la atención al rezago, de escuelas bajo un árbol, sin infraestructura básica. Ni pensar en la conectividad y el acceso al internet ya que la falta de luz, agua y drenaje tienen altas proporciones aún.

Aún es tiempo para que en el Plan Nacional de Desarrollo la educación encuentre rumbo, prospectiva de país según las necesidades y los recursos humanos disponibles para revalorar a este sector como una apuesta para que las familias tengan acceso a la movilidad social.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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